Volver a empezar
Lunes 25 de noviembre
Lo ha documentado con el rigor de historiador que lo caracteriza el profesor Alfredo Marín Cano: el IES Diego Tortosa de Cieza tiene un vestigio franquista en su denominación. Lo contó hace una década en un magnífico libro de investigación y no ha cesado de insistir desde entonces. Quien da nombre a este centro de Secundaria fue un instigador del golpe de estado contra el régimen democrático de la República y un activo colaborador con la represión franquista tras el fin de la Guerra Civil.
Marín Cano es jefe del Departamento de Geografía e Historia de dicho centro (en el que tuve el honor, por cierto, de trabajar como docente hace años), lo que lo legitima si cabe más para firmar la solicitud de cambio de denominación del mismo. Propuesta avalada por la Federación de Asociaciones de Memoria Histórica de la Región de Murcia, “en exigencia de un cumplimiento escrupuloso de la ley”, que por supuesto también hacemos nuestra.
A decir verdad, el centro tuvo antes otros nombres. Fue en octubre de 1994, ya en plena democracia, cuando se le “bautizó” así. Apelando a la donación de unos terrenos que el canónigo hizo en 1947 a los Salesianos (una entidad privada) para la construcción de un centro educativo. Terrenos sobre los que, tras ventas y permutas, levantaría casi 20 años después el Ministerio de Educación el actual instituto.
Conviene recordar que el Club Atalaya-Ateneo colaboró con el primer ayuntamiento democrático, a principios de los 80, en cambiar los nombres de las calles de Cieza que exaltaban a los golpistas. En su inmensa mayoría fueron sustituidos. Alguno quedó en el tintero. De ahí que en enero del año pasado se volviera a solicitar oficialmente al Pleno la retirada de los mismos.
Ante la “anomalía” democrática planteada por el historiador y profesor Marín Cano, urge actuar. Es hora de volver a empezar, proponiendo un nuevo nombre de consenso para este centro educativo emblemático.
Entre la Rambla del Moro y la del Judío
Jueves 20 de noviembre
Entre otras, en Cieza hay dos ramblas principales, la del Moro y la del Judío. No es casualidad. Sus nombres evocan otros tiempos, aquellos en que convivían en la península (por mucho que se idealice, casi siempre de forma conflictiva) cristianos, musulmanes y judíos.
“Moro” viene del latín maurus, habitante de la antigua provincia romana de Mauritania. Siglos después pasó a designar a cualquiera que fuera musulmán, que es como utilizamos este vocablo en este artículo. Pero también empezó a servir para insultar o referirse de forma peyorativa a estas personas. En cuanto al término “judío”, procedente de la región de Judea, ocurre un tanto de lo mismo. “Persona avariciosa o usurera” es una de sus acepciones en el diccionario.
No hace falta recordar que la persecución de los judíos a lo largo de la historia ha sido notoria y está ampliamente documentada. Hitler quiso exterminarlos y Franco, su aliado en España, se trajo a decenas de miles de marroquíes para derrocar con las armas a la República y acabar de paso con lo que él llamaba conspiración “judeo-masónica”, una de sus grandes obsesiones.
Todo esto ha cambiado. Las alianzas nunca son eternas. La extrema derecha nazi y los neofranquistas se han convertido ahora en aliados del Estado judío y apoyan en Gaza el exterminio de los “moros” palestinos. Cosas de la geopolítica y de otras fobias.
Lo que no ha cambiado en mi pueblo es que desde hace setecientos cincuenta años la nueva Cieza llamada cristiana sigue enclavada en un triángulo imaginario más o menos equilátero, cuyos lados son la Rambla del Moro, la Rambla del Judío y el Río Segura.
¿Y la convivencia? De momento bien.
Esas pequeñas cosas
Sábado 23 de noviembre
Celebra “Le Nouvel Observateur”, ahora “Nouvel Obs”, su 60 aniversario con un número especial cuyo título es evocador: el poder de la alegría. 60 años lleva la legendaria revista francesa marcando semanalmente la historia y la vida política francesa, encabezando lo que ellos llaman “combates de sociedad” y apostando con pasión por la cultura. Desde los años 80, la he seguido con asiduidad y bien que le estoy agradecido.
En su feliz cumpleaños, la redacción vuelve a sorprendernos. Recordándonos -cosa que creo que hace mucha falta- que la realidad no se puede ceñir solo a los acontecimientos trágicos que azotan el mundo, aunque no se puedan obviar. Que también conviene hacerle a veces un corte de mangas al abatimiento, a la amargura, a la polarización política, a ese unamuniano sentimiento trágico de la vida, que diríamos aquí.
60 personajes de la vida cultural francesa se han ofrecido a revelarnos cuáles son sus “placeres efímeros o las grandes razones” que los empujan a seguir adelante, incluso a tener esperanza. Cerrar el libro que ha entusiasmado, escuchar el primer movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven, o cantar en grupo en una reunión de amigos, son algunos de ellos.
Sin que nadie me lo pida, yo también quiero detenerme y plantearme cuáles son “esas pequeñas cosas”, que diría Serrat, que me ayudan a resistir mejor las acometidas de la vida cotidiana. Desde luego, levantarme temprano y ver salir el sol, entre nubes anaranjadas, por la sierra de la Pila o el Cerro del Morrón, según la época del año, es una de ella. En esos momentos me digo con Bretch que “el día está a las puertas” y la vida ahí para beberla a grandes tragos. Seguro que no nos bastará cuando hayamos de perderla.