El colegio Isabel la Católica de Cieza a través del prisma de María Parra

Colegio Isabel la Católica, forja de saberes.

Querido lector,

avanza mayo con rapidez y ya se está haciendo realidad en nuestros campos la promesa frutal de esa floración que convirtió Cieza en un punto de encuentro de gentes de los más variados rincones. Estos días cientos de jornaleros llenan los campos para recoger esa fruta preciada y esperada que llevará el nombre de Cieza por todo el mundo (aunque, desgraciadamente, en algunos árboles la piedra ha dejado su huella).

Y, junto al trabajo, el ocio y la alegría, pues este pueblo acaba de vivir uno de sus festejos más populares, las Fiestas del Escudo. Aún resuenan por esta mi Atalaya los sones impetuosos de los timbales y trompetas que acompañan en su desfilar a tantos ciezanos y ciezanas que visten sus mejores galas de moros y cristianos para revivir cada año aquel 6 de abril de 1477 en el que Cieza sufrió la invasión de las tropas de Granada dirigidas por el rey Muley Hacen, hecho que marcó para siempre la historia de este pueblo.

Desde aquí arriba, como notario gigante de la vida ciezana, no solo me hago eco del valor de tantos ciezanos y ciezanas que han hecho historia por su devenir brillante o entrañable, sino que también observo el valor de muchos de aquellos edificios emblemáticos que llenan las calles de este pueblo. Edificios cargados de historia a los que el pueblo debe mucho por lo que han significado en el desarrollo de esta sociedad que baña el Segura. Entre ellos, están nuestras iglesias, que son los que más han soportado el paso del tiempo, pues sus campanarios o sus retablos son seguramente el testigo más fiel y duradero de su historia.

Pero, junto a esas iglesias, hay otros edificios, envejecidos por el devenir de los años, que también han supuesto mucho para el desarrollo de esta Cieza de hoy, que han contribuido a ir construyendo nuestro pueblo.

Como ocurre en la calle Cadenas, por ejemplo, una de esas calles antiguas que forman parte importante de la identidad de Cieza. Allí se encuentra un edificio cargado de historia, de vivencias y, sobre todo, de saberes. Un edificio olvidado, en el que se forjaron generaciones de jóvenes no solo ciezanos, sino también de toda la comarca, cursando Bachillerato con escasos recursos, pero con una calidad en sus enseñanzas, que para sí hubieran querido otros colegios de élite de aquella época, ya que contaba con un elenco de profesores de profunda vocación y de gran conocimiento. Y es que el colegio de Enseñanza Media Isabel la Católica tuvo desde su inicio fama bien ganada de colegio de prestigio. Y la clave estaba en la calidad humana y profesional de sus enseñantes, de esos profesores y profesoras que impartían sus clases en este caserón algo destartalado con una dignidad más que probada en sus enseñanzas, que hizo que, cuando muchos de sus alumnos marcharan a la Universidad, agradecieran la profunda base que se les había proporcionado en aquel viejo edificio y pudieran destacar en sus estudios, llegando a ser cualificados profesionales en cualquier rama del saber. Pues de ese humilde colegio han salido eminentes juristas, arquitectos, ingenieros, médicos, químicos, matemáticos, filólogos, etc.

Este colegio Isabel la Católica era la única opción que en los años 40 tenían aquellos chicos que podían seguir sus estudios (ya que su situación económica y familiar no les obligaba a incorporarse a trabajar), con la intención de poder ir a la Universidad de Murcia tras cursar allí Bachillerato. Se trataba de jóvenes entusiastas, rebautizados con motes cargados de cariño, que surgían en vivencias compartidas, algunas de ellas procedentes de los partidos de fútbol que se jugaban en el solar de Doña Adela, o de los guateques que montaban, o de los baños en las Zarzas.

En los primeros años los alumnos que venían de Blanca o de Abarán lo hacían en bicicleta, desafiando el frío de las mañanas de aquellos inviernos crudos que pintaban de blanco las huertas de Bolvax. Pero más adelante contarían con La Pava, aquel autocar renqueante que siempre se comía todos los baches. Afortunadamente, todos, con más o menos acierto, llegaron a destacar en sus profesiones y nunca dejaron de sentir el agradecimiento a lo que vivieron y aprendieron entre las viejas paredes de aquel colegio. El vínculo que se creaba entre ellos fue tan grande que algunas de las promociones llegaron a crear grupos como el de la “Promoción Maravilla”, cuyos integrantes, hoy muchos de ellos abuelos, aún siguen celebrando encuentros en el mes de noviembre para recordar viejos tiempos.

Todos ellos, los ciezanos, los abaraneros y los blanqueños disfrutaron del buen saber y hacer de profesores como D. Virgilio Villena, D. Manuel Avellaneda, D. Antonio López Alarcón , D. Ricardo Cano, D. Raimundo Ruano…llegando después algunos de los más recordados por su cercanía en el tiempo como D. Serafín Franco, D. José A. Mendoza, D. Romeo, los abaraneros D. Carmelo Gómez Templado, D. David Templado y D. Ambrosio Gómez y, como ejemplo de saber femenino, Dª Alicia Montes o las señoritas García Gutiérrez, Marín-Ordóñez y Pepita Semitiel y algunos otros.  Todos ellos bajo la dirección del hombre que más contribuyó a trazar el perfil de este colegio, D. Julián Garro, recientemente fallecido.

Pero, como todo en la vida, aquel colegio que era privado, tuvo que cerrar y sus alumnos se trasladaron al actual IES Diego Tortosa para acabar su Bachillerato. Fue el curso 1970-71 el último en el que hubo vida en esas aulas dejando un entrañable recuerdo en aquellos que las habitaron en los mejores años de sus vidas. Y para ellos el pasar aún por esa estrecha calle y ver el edificio supone volver la mirada atrás y revivir las emociones, sensaciones y vivencias de una adolescencia en la que el porvenir se veía aún en un horizonte tan lejano como inalcanzable, pero que el tiempo se ha encargado de demostrar que el futuro estaba más cercano de lo que entonces parecía.  

 

 

 

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