‘El Chato de Oro’, por Pep Marín

El Chato de Oro’

Cualquier parte de este escrito podría estar atravesada por el síndrome de Procusto. Las personas que padecen este síndrome suelen intentar boicotear y eclipsar a quienes sobresalen, llegando, en algunos casos, a menospreciarlas abiertamente o incluso a adoptar actitudes de discriminación o acoso. Pero claro, visto así, todos seríamos procustinianos en algún momento, especialmente con la presencia en el planeta Tierra de Evaristo Páramos Pérez, y no podríamos decir ni «mú».

Arrancamos. Las opiniones, en cualquier materia y por muy compleja que sea, se han democratizado, propagándose como alergias, como la terca ansiedad. No está mal: para eso uno tiene la capacidad de expresar o escribir lo que piensa y, si no puede hacerlo por sí mismo, ahí está la tecnología.

Por ahí se leen a cada estudioso de la inmigración —»¡Invasión, invasión!»— y uno se mira al espejo preguntándose si es un mierda, un mierda intelectual. Espejito, espejito ¿Soy un mierda intelectual?

Incluso se llega a escupir al suelo para darle carga emocional a la escena, cargarse de razones como quien enseña los músculos y los dientes, con un pie, pisar el escupitajo, haciendo la señal de la cruz delante del profesor de Geografía e Historia. Luego, arrojamos una opinión a voz en grito:

—¡Los Pirineos están en Chile! —¿Cómo que en Chile?

En esos momentos de zozobra cuántica y amargura infinita, de bibliotecas ardiendo, algunos, con el miedo a la muerte acechando sus cogotes, admiten que sí, que es posible, que no se puede descartar nada. Tal vez su hijo tenga razón. No sobre el porro en el recreo —eso es material esotérico, reservado para la literatura hopepunk y los carroñeros llorones del romanticismo—, pero sí sobre los Pirineos en Chile.

Ponte en situación: ganas un premio importante, ‘El Chato de Oro de Poesía’, y por una extraña regla de tres —como cuando te encuentras a un oso hormiguero atendiendo en el SEFCARM— te invitan a tertulias de radio y televisión de alcance nacional. Si ya venías de serie con pose resabida (a veces hasta dan ganas de vomitar maldiciendo el Big Bang), ahora el premio ha extendido tus dotes de conocimiento hasta convertirte en un laboratorio de cualquier materia, un laboratorio total.

—Pregunte usted sobre cualquier cosa. —¿El deshielo en la Antártida?

Entre lo resabido y el premio, se produce una reacción química expansiva en el intestino delgado que abruma a los demás. Me cago en las ubres de la primera vaca mundial, así cualquiera. Este tío es un caníbal del saber, me digo. Y si, en mitad de la disertación, te cuela una cita como:

> «La golondrina del tercer anillo del infierno se comió el kiwi y el gusano saliente tuvo hijos con la loba Capitolina y, de ahí, la república y los martillos machacando cabezas en las fábricas de Hegel.»

Entonces el impacto súbito es tan potente en la cabeza que la inconsciencia chichonera te dura semanas, pelando pavas y mirando gigantes con hachas en las manos sin saber quién está describiendo el sol que alumbra la flor de la amargura.

Un libro salido de su mente y premiado, ergo, las avispas provienen de las lechuzas.

—¿Y cómo dice usted que hay que coger con pinzas la afirmación de que la velocidad es igual al espacio partido por el tiempo? —¿Acaso la punta de su barriga, que coincide con el ombligo, está en otra dimensión desconocida para todos menos para usted, mientras el tronco permanece en esta?

La respuesta es envidia y media sonrisa socarrona. Dictadura de mentes en descomposición. Albañiles de la destrucción del espíritu. Bocabuzones recogiendo las semillas de la incultura en forma de cartas bomba que se digieren y se cagan y se sueltan de nuevo por la boca llenando el universo de excrementos sin sapiencia. La era de los idiotas. El nirvana del atún salado. El socialismo. Esclavos del azúcar.

—¿Pero usted estudió Pedagogía y ganó un premio, ‘El Chato de Oro’, por el libro de poesías Mejor cuatro que cinco, que ahuyente la rima? ¿Cómo sabe usted tanto de tiempo, clima y nanotecnología?

El contagio del mundo de la opinión huérfana de datos científicos sigue su curso, como el crecimiento de los pelos de la nariz a mayor velocidad cuanto más edad tienes. Es un hecho, cronometrado. Tres días de cama sin moverte y sin dar explicaciones a nadie porque estás cronometrando el crecimiento del pelo.

No me digas más. ¿Es que alguien ha dicho algo?

El apagón total es cosa de Rusia. El apagón total es porque, sin las nucleares, no somos nadie. Salve Regina. Por poder ser, podría ser un dragón muy enfadado porque no le dejamos dormir. Lo que sí ha hecho mi vecino es machacar a martillazos las placas solares de su tejado, insultándose a sí mismo a cada golpe de martillo. ¿Qué habrá entendido este hombre?

Esta mañana, bien temprano, lo he visto salir montado en su burro dirección Murcia, por el arcén, con un extraño sombrero de hojalata, una lanza, vestido como preso de Guantánamo y con collares que eran ristras de morcillas y chorizos. Esta batalla va por ti, iba susurrando, amada mía.

Mientras tanto, la escritura fina, transversal, profunda, de cotas intelectuales inalcanzables para los tristes mortales como mi tercer narrador. La pluma del premio ‘El Chato de Oro’ nos ofrece una pista muy plausible para disminuir la desigualdad y el hambre en el mundo a pasos agigantados cada año. Como si viviera en el estómago del mismísimo Vaticano, a veces, hasta se cuela en nuestra fe, la tuya y la de más allá, pilotando un gran cerebro colectivo.

No importa nada más. ¿Gaza? ¿Haití? ¿Qué? Ni el primer palote de la N para hablar de estos asuntos. Sí una cultura infestada de citas para llevar al papel la psicología del liberalismo y del socialismo, pero ¿Yemen? Pero ¿La Cañada Real?

Y la conclusión, claro:

«Fue el miedo el primero en crear dioses, cuando el rayo descendía desde las alturas y las murallas conmovidas eran pasto de las llamas.» (Petronio).

Seguida de una gran campanada. Habemus Papam. Habemus opinión.

Como no, la opinión como gran verdad absoluta, estuve en un sueño con él en Perú mientras golpeaba la cabeza de aquel que sentía que era mi hermano, por eso lo conozco como la palma de mi mano. Por eso puedo ir diciendo de programa en programa de televisión o de radio o escribir lo que me salga de los huevos.