Homenaje al mítico local ciezano
Antonio Balsalobre
Hubo un tiempo, aunque parezca mentira, en que nos amontonábamos en los bares, esos “parlamentos del pueblo”, como los llamaba Balzac, donde hablar y debatir constituía un ejercicio social catártico e irremplazable. Un tiempo en que, a ciertas horas, había que tomarse la caña de perfil de lo atestadas que estaban las barras. Hasta que llegó la pandemia, que ha diezmado gentío y bares.
En Cieza, acaba de cerrar uno al que yo solía acudir desde el siglo pasado: el Café San Sebastián. Atrás quedan momentos inolvidables que no sabemos cuándo volverán. Sobremesas sesudas de dominó, tardes exaltadas de fútbol o de música, de tertulias espontáneas y plurales, de conversación amena o debates fatuos y rayados, espoleados por algún cubata de más… En tanto que lugar heterogéneo, diverso e integrador, el San Sebastián hacía honor al lema que lucía en su fachada: “Centro de Relaciones Sociales y Humanas”. No conozco mejor manera de definir un bar.
Una ciezana enamorada de su pueblo