El asesinato de la joven Carmen (Parte I)

   Imagen de Cieza a comienzos del siglo XX. Cieza cien años en imágenes

Hace más de 130 años un filicidio helaba a Cieza

Miriam Salinas Guirao

Carmen Vázquez apenas pudo pasar la veintena. Mientras ella perecía, en 1885, se acababa de terminar de publicar La Regenta, la  novela de Leopoldo Alas ‘Clarín’. Estas letras, bajo el naturalismo y el realismo, retrataban la vida en una urbe en la España de la Restauración. En la novela, Ana Ozores se envuelve en el misticismo, primero, y luego deambula en su libertad, para encontrarse, después, con una sociedad asfixiante que modela y dirige su condición. Carmen era ciezana, y su posición humilde la amoldó a su circunstancia. Carmen, la joven Carmen, falleció en 1885, oficialmente, a manos de su padre. Su sangre, después de más de 130 años, todavía queda hiriente.

En el devenir de la breve existencia de Carmen quedarse embarazada sin estar casada le quebró la vida. La presión social y la cultura machista manejaban los hilos de aquella Cieza de finales del siglo XIX. Su asesino, como quedó en los anales, fue su propio padre.

Comencemos por el principio que narran las crónicas decimonónicas. Carmen Vázquez era la hija de José Antonio Vázquez, los dos ciezanos. Ella “de unos veinte años” estaba “en relaciones con un joven del pueblo” (29 de agosto de 1886 en El diario de Murcia). El diario que dio la noticia aseguraba que “había cometido una falta que en vano trataba de ocultar”, se refiere a que la joven Carmen se había quedado embarazada. La falta se le adjudicaba a Carmen y se obviaba al padre de la criatura, cuyo nombre no aparece en la información. “Próximo el día en que naturalmente había de descubrirse, estalló en el matrimonio un disgusto que dio por resultado la salida de madre e hija, quienes se refugiaron en casa de un vecino, de donde marcharon a Cartagena. A los pocos meses regresaron al pueblo, trayendo consigo la Carmen un niño de pecho, hijo suyo” (Ibídem).

La madre de la joven Carmen “se colocó enseguida en una casa donde cuidaba a un enfermo, ganando un salario de 10 reales diarios”. Carmen, “que estaba enferma de un pecho”, fue recogida “generosamente” por los consortes Francisco Milanés y Consuelo Aparicio, quienes la socorrían con lo que podían.

Carmen visitaba la casa de su tío, apodado Ganga, a quien, según la crónica, le manifestaba “vivos deseos de irse con su padre”. El Ganga trataba de quitarle esa idea de la cabeza, pues mientras ella y su madre estuvieron fuera, su padre comenzó una relación con otra mujer, y pensaba el Ganga, que la nueva pareja de su padre no iba a querer tener allí a Carmen. Entonces Carmen le replicó: “Pero, tío, al cabo es mi padre y me perdonará; vaya si me perdonará” (Ibídem).

Hasta aquí y lo que acontece, la reconstrucción de la vida de la joven Carmen, se pudo hacer con las declaraciones de los testigos. Ella no tenía voz.

“Llegó el día 17 de julio del año último” (esta información se publicó en 1886, por lo tanto se refiere a 1885), y en una comida familiar que reunió al Ganga con su cuñado, el padre de Carmen, llegó esta, “y arrojándose como una Magdalena a los pies de su padre, prorrumpió llorosa: ‘Por Dios, padre, recójame, que estoy perdida, yo no volveré a faltar más’. El padre prometió recogerla, a lo que contribuyeron no poco las instancias de su cuñado” (Ibídem).

A partir de aquí el relato se pone farragoso. Las declaraciones de los testigos comienzan a chocar con las que luego dará el fiscal. Aun así, se mantiene, siempre, la imagen de una Carmen arrepentida y perdida, que ahora vería sin mirada el juicio de su triste historia.

El padre de Carmen y su amante

El padre de Carmen era José Antonio Vázquez, quien fue condenado a la máxima pena. Antes de que Carmen fuera asesinada, antes incluso de que llegara a su casa pidiendo perdón, su padre, comenzó otra relación con Josefa Núñez, a pesar de estar casado. José Antonio Vázquez tenía entonces 57 años y era descrito así: “De mediana estatura, canoso, de carnes regulares, barba afeitada, mirada sin expresión, un tanto ceñudo y  vestía de artesano. Su oficio era el de cantero, casado y tenía tres hijos”. Ella, su amante, Josefa Núñez, cumplía 43 años, “de mediana estatura,  sorda y enteca”, la llamaban Chimona y no era de Cieza. Josefa vivía con el que era su marido en Blanca, “donde observaba mala conducta; allí conoció a Vázquez y de allí partieron las relaciones” (Ibídem). Al fugarse la Chimona con José Antonio Vázquez le quitó a su marido 14 onzas que “bajo recibo entregó a José Antonio, dejándoselas en caso de morir”. Josefa relataba que, estando ya liada con José Antonio, falleció su marido. José Antonio y Josefa, los dos, acabaron sentándose juntos en el banco de los acusados, pero tuvieron finales distintos.

El perdón

Volviendo a aquel día en el que Carmen pidió el perdón de su padre, por la tarde, según se narró por los testigos, Vázquez manifestó a Josefa Núñez su resolución de admitir a su hija; “lo cual supo mal a la sorda advenediza”, señalaba El Diario de Murcia. La conversación derivó en pelea y, según se relató, Vázquez, con una navaja, dijo a la amante: “Calla, que voy a morir en un presidio: te voy a matar o voy a matar a mi hija”. Esa misma tarde, la misma dichosa tarde de aquel día de julio, de nuevo, según contaron los testigos, la Chimona le exigió a Vázquez que hipotecara una casa de su propiedad para cobrarse lo que ella le entregó, las onzas. Entre el pleito y la tensión anocheció, por fin, y pudo brillar otro día de verano.

A la mañana siguiente allí estaba Carmen, la joven Carmen, con su bebé. Ella se encontraba más tranquila al tener el perdón de su padre, pero esa calma duró poco. El día 19 de julio, de aquel triste año, al amanecer, José Antonio Vázquez abandonó su casa y fue a la plaza del pueblo con el fin de ponerse a trabajar en una obra. Como al llegar comprobó que no estaba abierta, regresó a su casa.  Eso se contó en el juicio.

El horror de la verdad

Eso quedó dicho mientras la sangre de Carmen brotaba en su silencio. Mientras el pueblo de Cieza despertaba con el crimen. La verdad probada fue el remolineo de los ciezanos, aquella mañana de julio. Los vecinos en la puerta de los Vázquez corrieron al grito de Josefa Núñez: ¡Ay lo que ha pasado en mi casa! ¡La Carmen se ha caído de la escalera, se ha desangrado y se ha muerto!” (Ibídem).

Primero vieron la sangre los vecinos, al poco llegó la justicia. De ese terrible cuadro se sabe que Carmen, la joven Carmen, yacía medio desnuda, sobre su sangre, exánime y justo a su lado, la criatura de sus entrañas con heridas en su carita y contusiones en su cuerpecito. Cerca delató el arma homicida. No pudo ser una caída. Allí se hallaba un cuchillo con diferentes manchas de sangre coagulada. “El terror más intenso cundió en todo el pueblo de Cieza. Carmen Vazquez fue degollada” (29 de agosto de 1886 en El diario de Murcia).

Continuará………….

 

 

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