Editorial

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LOS PERCEBES DEL CONSISTORIO CIEZANO

El desgobierno de Cieza, desafortunadamente para los ciezanos y las ciezanas, cree que persiste ante las adversidades de la mar bravía, de los vientos siempre inciertos, a contracorriente, despreciando las mareas y convencido (y envalentonado) de que es un mártir que se sacrifica por el bienestar de la localidad. Y, para más inri, pretende escenificar, a través de una gallardía de la que carece, que resiste ante las hordas del mal.

Lamentablemente, toda esta epopeya marina se desvanece entre las brumas de la realidad y solo queda lo que vislumbra la ciudadanía ciezana. Creen ser dignos discípulos de Ulises. Sin embargo, el viento de Levante les revela la cruda realidad: son percebes, aferrados a su roca (pública), intentado que los percebeiros no los desalojen de la misma, ya que tanto les costó llegar y agarrarse a ella.

Mientras tanto, el sainete en el que se ve sumida la población ciezana es tan esperpéntico que hasta el propio Valle-Inclán sentiría celos: no hay feria; ahora sí hay feria; la culpa no es mía; es del otro; el césped no estaba cortado ni estaba a la altura reglamentaria; en una esquina a oscuras pretendo reconocerme los mismos trienios que le negué a la oposición (pero sale mal y resulta que los solicitó el funcionario municipal y no el propio interesado)…y aquí paz y después gloria, Dios mediante.

Como broma ya está bien (como decimos aquí). La ciudadanía ciezana sabe que al olmo no se le puede pedir peras y tampoco quiere milagros en forma de lágrimas de santo; eso lo prefieren en agosto y escenificado. Solamente quiere soluciones a sus problemas diarios. Y si los percebes, aferrados a su roca, son incapaces de ofrecerlas, por dignidad (y, principalmente, por cumplir la labor por la fueron elegidos), deberían desprenderse de la misma y ofrecer sustento a los percebeiros, puesto que ellos sí arriesgan su vida por el bienestar de su familia y, en este caso, del conjunto de la población ciezana.