Duermevela, por Pep Marín

Duermevela

En ocasiones estoy con los auriculares en los oídos sin que mi atención esté en funcionamiento. Podrían ser palabras que oyes como si estuvieras soñando y que el cerebro no procesa, o si las procesa ni te enteras de la película. No sabes quién es el emisor. Lo mismo es la voz de la montaña o la voz del cosmos, pero en «realidad» es una persona que habla al otro lado de las ondas: es la radio.

De repente, un estímulo despierta el sentido del oído que a su vez despierta a la oficina de la atención y la alerta. Luego, un timbrazo a la sección de procesamiento de la información, que estaban ahí elucubrando seguramente contra mí. Qué injusticia. Una llamada al sector de transformación de palabras en imágenes y análisis de contenido, otros que tal bailan cuando «duermevelo». Cabrones.

La descripción de los hechos que aparecen en una reciente sentencia sobre un caso de apaleamiento brutal, con resultado de muerte, me deja en una tesitura en la que me pregunto si había un contexto bélico para dar rienda suelta a toda expresión física de maldad: acorralar, patear, empujar, volver a patear, perseguir, empujar, volver a acorralar, tirar al suelo, evitar que se levante y que huya y machacar hasta que el otro muere.

Me pregunto si el blanco de tanto odio transformado en puños y pies de acero es consecuencia de acciones del otro, un ojo por ojo como de película del oeste. Acciones como las de un dictador sanguinario que durante años y años ha estado sentenciando a muerte a tus seres queridos. Acciones de una persona que le ha tomado el gusto al hecho de empalar, matar y asesinar mientras bebe un buen vino. Acciones de una persona que ha violado a un bebé como arma arrojadiza contra su expareja por haberlo dejado cuando ella era suya y solo suya. Acciones cuya respuesta desmesurada proviene de un hecho que te ha transformado en animal. No lo sé. No es el caso. Es una noche de bares y discotecas. Es una noche de música, de fiesta, de pindongueo.

Es una noche, si me apuras, guarra. Observa esa meada de Red Bull en un portal. Es, apurando, una noche de palabras más gruesas que otras, una madrugada escupiendo falta de identidad o que nadie te quiere. Una vomitada de exceso de ron en el parque porque ella se fue con otro y Dios sabe, porque lo que es seguro es que se han ido a un hotel. No hay más.

Sin embargo, ha sido una noche de ensañamiento, de selva salvaje, de no parar hasta que una persona ha muerto a patadas. La descripción de los hechos me deja en el cuerpo un poso en el que me pregunto si podría ser yo el que da muerte. Si podría ser yo el que se obceque a dar ostias y puntapiés y no pueda frenar bajo ningún tipo de presión existencial, cultural, ética y moral, hasta que muere el otro, hasta que me voy como si hubiera acabado con un verdugo de tomo y lomo y lo dejo tirado en mitad de la plaza. Me fumo un cigarro. El cuerpo acelerado por la adrenalina. Escupo al suelo. Digo a no sé quién que era un maricón, que qué hacía allí o allá el maricón.

“La jueza impone 74 años de pena a los cuatro condenados por el crimen homófobo de Samuel Luiz”. La sentencia destaca la “absoluta falta de empatía” y “crueldad” de la pandilla que asesinó al joven en A Coruña en 2021” (Fuente: El País, 8 de enero de 2025).