Diego J. García Molina analiza la propaganda de masas y las CDR catalanas

Apaga el televisor

Esta semana nos hemos desayunado con la desagradable noticia de la detención de unas personas acusadas de terrorismo en Cataluña con «fines secesionistas», según la fiscalía. Fuentes de la investigación han asegurado que «ante la certeza de que las acciones, con capacidad letal, se iban a perpetrar aprovechando el periodo comprendido entre el aniversario del referéndum ilegal de autodeterminación del 1-O de 2017 y el anuncio de la sentencia del juicio del procés, se ha decidido proceder a la detención de los implicados para abortar el proyecto que podría haber ocasionado daños y víctimas mortales debido a lo avanzado de sus preparativos».

Los detenidos son miembros de los autodenominados CDR, quienes toman el nombre de los tétricos comités en defensa de la república cubanos que tanto daño han hecho en esta maltratada isla, apoyados públicamente de forma insensata por el actual presidente-títere de la autonomía catalana (apretad, apretad, les decía), quien incluso presume de tener a varios miembros de su familia integrados en esas formaciones; esos CDR alentados para convertirse en semillas de una nueva organización terrorista. Esperemos que sea un caso aislado y todo quede en unos cuantos perturbados que se han creído las consignas de los dirigentes de este proceso a todas luces ilógico y sin sentido. Parece mentira que no hayamos aprendido nada de las consecuencias de la violencia tras los años de sufrimiento por el terrorismo etarra; todavía los sufrimos. Es inconcebible que sean los propios políticos quienes fomentan esa espiral de odio, que solo engendra más odio.

Los presuntos terroristas incluso habían probado los explosivos fabricados en una mina abandonada (lo que precipitó las detenciones), sin embargo, a los afectados por esta locura colectiva separatista el lavado de cerebro ha sido efectivo, y si les explican en los medios del régimen que todo es organizado por el estado opresor para desacreditarles tan felices así lo defienden. Cuando Goebbels decía que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad, sabía de lo que hablaba, como así se demostró en otra de las alucinaciones colectivas, en este caso de la población alemana, que terminó, como no puede ser de otra manera, en desastre.

Fijémonos, además de en el enunciado anterior, en varias de las afirmaciones de este maestro de la psicología de masas:

  • Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
  • Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá.
  • Individualizar al adversario en un único enemigo.
  • No nos habría sido posible (a los nazis) conquistar el poder o utilizarlo como lo hemos hecho sin la radio (hoy en día equivaldría, además de la propia radio, a la televisión y redes sociales). La radio es el intermediario más influyente e importante entre un movimiento espiritual y la nación, entre la idea y el pueblo.

Queda claro sin realizar ningún esfuerzo mental que estas premisas son aplicadas sin rubor por los organizadores de este desafío a la convivencia de los españoles. Sin ir más lejos, con este mismo caso: a pesar de que a estas personas se les ha encontrado ácido sulfúrico, parafina, aluminio en polvo, decapante industrial y gasolina, además de papeles con las fórmulas y porcentajes para realizar las mezclas, el presidente de la Generalidad, el señor Torra, todavía insiste en que “el movimiento independentista es pacífico y siempre lo será», cumpliendo al pie de la letra los dictados del propagandista nazi: mensajes sencillos y populares fáciles de entender, mentiras cada vez más escandalosas y repetidas, la fijación del estado español como fuente de todos los males y por supuesto, el manejo de los medios de comunicación puestos a su disposición, como es la radiotelevisión autonómica como altavoz para hacer llegar a los fieles esos mensajes y mentiras.

Resulta difícil creer el actual estado de esa Cataluña que aprobó la Constitución por un 90,5% de votos favorables, de los porcentajes más altos de España, y donde el nacionalismo separatista era algo residual, los resultados históricos de ERC así lo certifican. La huida hacia adelante de la derecha catalana encabezada por Convergencia i Unió, con el objetivo de encubrir la locura codiciosa iniciada por los confesos Pujol y el resto de los casos de corrupción detectados, se metió en este callejón sin salida presionando al gobierno de la nación para recibir competencias propias que les permitiera continuar el expolio de los catalanes sin injerencias externas, que todo quedara en casa, pura mafia.

Veo pocas opciones para escapar de la mal llamada gota malaya que supone el bombardeo de mensajes continuos en todos los medios para manipular nuestras opiniones. ‘Dejé a mi familia junto al televisor’, cantaba Loquillo, exponente de la juventud rebelde y un poco salvaje de aquella Barcelona de los 80, la Barcelona que se acercaba a las olimpiadas del 92, la ciudad más moderna de España, la cual nadie ahora reconoce, ni los propios barceloneses. Esa Barcelona cosmopolita que conocí en el 2005 y todavía era una ciudad emocionante, moderna, fascinadora, aunque ya se empezaba a vislumbrar indicios de lo que vendría después. Apaguemos pues la televisión que nos zombifica. Salgamos a la calle, visitemos un familiar, echemos una partida con un amigo, hagamos deporte, leamos un libro, escuchemos música, o incluso podemos echar mano de la mayor colección de videos a nuestra disposición en la red de redes. Rebelión ante la dictadura de los medios.

 

 

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