Elena Pérez Box (Colegio Madre del Divino Pastor)-1º Premio de la Categoría 1 (de 1º a 3º de ESO)
Desperté, en medio de esa sala rodeado de gente, un vidrio me separaba de todos mis seres queridos, los cuales, en sus mejores galas, portaban una expresión triste en sus rostros. En mi afán de ser buena persona quería romper ese panel de cristal y abrazarlos, decirles que todo estaba bien, pero no podía, una gran sensación de agobio se apoderó de mi al ver que estaba atrapado, no era capaz de recordar nada hasta que escuché a alguien mencionar un coche, un accidente. Y ahí todos los recuerdos vinieron a mi mente. Me vi a mi mismo en ese vehículo que iba a toda velocidad, sobrepasando el límite hasta llegar a un muro y después todo se volvía negro y no recordaba nada. Fue en ese momento en el que caí, el lugar en el que estaba era el tanatorio, y yo estaba muerto.
Tenía ganas de llorar, me encontraba rodeado de todas esas personas que a lo largo de mi vida me habían querido, y no había tenido la oportunidad de darles ese último adiós, ahora estaban todos velando por mi muerte. Podía ver a la multitud pasar, a mis amigos de la infancia que estaban conteniendo sus lágrimas, seguramente estuvieran recordando su niñez, en ese colegio jugando con unos balones pinchados, pasando notas en clase, estudiando juntos para los exámenes y haciendo trabajos. En esos momentos pensábamos que ese lugar era el peor del mundo, pero ahora que yo estaba así y ellos lloraban desconsoladamente creo que hay lugares mucho peores.
Cuando eres niño no piensas en la muerte. Vi pasar a una chica de pelo rizado acompañada por sus amigas y tuve una sensación rara, quería tenerle asco, quería escupirle y gritarle, pero no podía. ¿Cómo le tienes asco a tu primer amor? Estaba enfadado con ella, jamás fui correspondido y jugó con mi corazón un millón de veces; sin embargo, ahí estaba, llorando a moco tendido, acompañada por su amiga. Me sentí triste por ella, era un sentimiento agridulce, me había hecho daño un montón de veces pero con todo, ahí estaba y no se había olvidado.
Pasaron las dos y vi a un solitario chico. Llevaba una caja de pañuelos en la mano y su rostro demacrado, con ojeras de varios días por llorar. Seguidamente, se apoyó en ese cristal por el cansancio. Yo en mi impotencia deseaba abrazarlo e irnos juntos a algún lado. Él es mi mejor amigo, sin mí estaba solo, completamente solo, lo veía tan mal que no podía ni llorar, pasó rápido hacia el otro lado de la sala, no estaba listo para verme y lo comprendía, solo esperaba que pudiera superar mi pérdida. ¿Esto es lo que sienten las personas al estar muertas? ¿Solo impotencia por querer abrazar a sus seres queridos?
Vi pasar a una mujer ya mayor, su rostro arrugado y su pelo blanco me sonreían con dulzura. Ella no lloraba, se veía feliz, no lograba recordar quién era hasta que escuché su voz. Esas manos temblorosas que sostenían las de mi madre con fragilidad. Ella era mi profesora, esa mujer que me había visto crecer como persona y cambiar, y ahora se veía feliz porque mi rostro estaba relajado, en un plácido letargo que duraría hasta el final de los tiempos. Mi antigua profesora estaba feliz de verme relajado, sin estrés, después de toda una vida y de un paso por ese colegio marcado por el agobio que sufría con los múltiples trabajos. Para ella significaba un mundo verme sin agotamiento.
Veía pasar a un montón de personas, todas estaban ahí porque en algún momento de mi vida me habían querido, observaba reencuentros, gente llorando, abrazos y mucho apoyo. Todos los presentes vulnerables. Es curioso, nadie se acuerda de ti hasta que te vas. Me resultaba raro pensar que un funeral podía ser un lugar de encuentro entre personas que se querían pero por la distancia no eran capaces de verse, una muestra de que las personas siempre van a estar unidas en las adversidades. Aunque no me esperaba esta reacción. ¿En serio ahora ellos estaban llorando por mí? Cuando estaba vivo nadie me hablaba, la hipocresía de algunas personas me sorprende.
Vi pasar a un chico vestido de traje, con lágrimas en sus ojos. Podía reconocer su cara y tenía ganas de abofetearlo. Ese crío inmaduro me había hecho la vida imposible desde siempre, hablando mal de mí, quitándome dinero… Estará contento ahora que jamás va a tener la oportunidad de devolverme los veinte euros que le presté para irse a beber, espero atormentarle toda su existencia.
Y por fin, la vi a ella, la mujer que me había cuidado y cargado en su vientre, iba acompañada de mi padre, el hombre que siempre lo dio todo por mí, ninguno era capaz de llorar, unos rostros que reflejaban un corazón apagado, sin vida, miraban la vitrina, y yo quería llorar, quería decirles que estaba bien, que no lloraran, tomar un pañuelo y limpiar sus caras. Era demasiado pronto para mi partida, ¿Por que la parca tuvo que llevarme tan pronto? Debería ser yo quién estuviera velando por la muerte de mis padres, no ellos por la mía, mi tiempo se había acabado demasiado deprisa, nunca me habría visto en esa situación.
Escuché la voz del cura llamar a los presentes para hacer la misa de difuntos, antes de ir bajo tierra en ese camposanto. Y yo me sentía vivo, extrañamente vivo en esos corazones de las personas que me rodeaban, porque nadie muere de verdad hasta que es olvidado, y esperaba que esas personas jamás me olvidaran. Puede que estuviera muerto en vida pero desde allá donde vaya a ir en un próximo futuro, los estaré cuidando por la eternidad.