Crispados, a través del prisma de María Bernal

Crispados

Hay un revuelo político estos últimos días que incrementa todavía más la crispación que se está dando entre los ciudadanos. La verdad es que no es un escenario inhabitual, lo llevamos viendo legislatura tras legislatura. Pero ahora, estamos más hartos que nunca teniendo en cuenta que mientras que los que tienen el poder nos vapulean, seguimos inmersos en un caos absoluto en el que el infortunio se está jugando demasiadas vidas.

Y respecto a ese infortunio, los expertos sanitarios a los que no les consultan nada de nada, son muy tajantes. La semana pasada, César Carballo, médico de Urgencias del hospital Ramón y Cajal de Madrid era muy contundente en el programa Informe Covid de Iker Jiménez: “Madrid tiene que parar ya; tiene que cerrar para que a los hospitales les dé tiempo a dar altas y descongestionarse”.

Y es que la irresponsabilidad, una vez más, nos ha llevado de nuevo a una situación crítica causante del colapso al que se está viendo sometido otra vez el sistema sanitario. Y los políticos no quieren escuchar a los que realmente saben del tema.

Que se lo digan a Isabel Celaá que, muy a pesar de los expertos, ha abierto las aulas delegando competencias en las autonomías. Craso error, Isabel. Que usted ha mandado el dinero, pero en algunas comunidades hay una situación con muchos agujeros. Y como no hay medidas seguras, los que sí ven la que se nos viene encima ya han vaticinado el bombazo que puede explotar. Isabel Celaá, una señora que parece bastante competente, se ha equivocado por completo. Ha tenido seis meses para buscar soluciones y evitar la propagación del virus en las aulas como está ocurriendo. La apertura de las aulas sin las medidas oportunas son el preludio de la crónica de un atentado anunciado.

Un panorama complejo, ¿verdad? Pues ahí están los datos para que ustedes mismos reflexionen y comprueben que no es alarmismo. Simplemente, es contar la realidad que estamos viviendo y ante la que muchos cierran los ojos ante un alboroto desmesurado al que es difícil dar crédito y el cual se extiende de derecha a izquierda en un abrir y cerrar de ojos.

Isabel Díaz Ayuso no da pie con bola. Está llevando a cabo una política en Madrid indescriptible. Su sosiego y su mentalidad de “happy flower” son tan alarmantes como el número de muertes que se producen día tras día. Son tantas las discrepancias de la gente de su entorno con ella que las dimisiones se producen de manera tajante. Lo hizo Yolanda Fuentes, directora general de Salud Pública, y ahora, el doctor Emilio Bouza, el cual tampoco está de acuerdo con las decisiones de Salvador Illa.

Después de pasear por el prado verde de nubes de algodón y pájaros cantores por el que pasea Ayuso, pasamos a la clase de Lengua para tratar la polémica del acento murciano en el Congreso. Teodoro García se vio ofendido ante la palabra “vocaliza” de Pablo Iglesias. No voy a defender a Iglesias, porque no estuvo nada acertado; hay formas más educadas de apelar al interlocutor. Pero Iglesias va un poco subido con el cargo y tiene que soltar la gracia a pesar de que no corran tiempos para el humor. Ahora bien, llevar al extremo esta situación, y catalogarla de un insulto al murciano, cuando somos conscientes de que no vocalizamos, me parece una falta de respeto a esta pandemia.

Si a Teo y a miles de murcianos les incomodaron las palabras absurdas sin fuste de Iglesias, más jodidos están los médicos; más ofendidos tendrían que estar ellos por ver la población tan irresponsable a la que se enfrentan y por escuchar las idioteces que se dicen en el Congreso.

Y ya la guinda perfecta para que Pablo Casado se haya columpiado como un líder de la oposición capaz de distraer la atención de los ciudadanos ha sido la no asistencia del rey Felipe VI a la entrega de despachos de los jueces en Barcelona, y va, y más ancho que pancho lanza lo siguiente: “ahora es el momento para apoyar a la Corona más que nunca”.

Pero es que Santiago Abascal solo piensa en mociones de censura, y las veces que interviene es para mostrar su obsesión con la bandera, su desconsideración hacia homosexusles y su juego de inquisidor a la caza de inmigrantes ilegales, ideas a las que se le añaden unas dosis de la privatización del sector.

¡A ver! Que se están muriendo centenares de personas todos los días, que los contagios van en aumento y sin control, que estamos viviendo una crisis sanitaria y económica para que ellos solo se preocupen por nimiedades.

¿Qué tipo de política es esta? Joder, que tendrían que estar más unidos que nunca para vencer al enemigo, y se las pasan ideando la maniobra idónea para encabritar a aquellos que se dejen adiestrar.

Entre ofensas, entre defender al rey por encima de la vida de cualquiera, entre las mociones de censura de la extrema derecha, entre tantas inconcebibles actitudes vamos montados en un coche sin frenos. Pero a veces es más sencillo crispar a los ciudadanos que hacer política de oposición y arreglar así los frenos de ese coche.

Si esta pandemia nos ha mostrado una realidad política, esta es aquella en la que la crispación para muchos es la herramienta perfecta para manipular a los más débiles.

 

 

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