Conservantes
Existe, creo, una tendencia a conservar lo que se tiene: un trabajo, una pareja, un terreno, un piso, hábitos, ideas, aun cuando hay indicios evidentes que nos invocan a pensar en lo contrario y pasar a la acción.
El relato que tú cuentas no permea lo suficiente en los/as otros/as, y el hecho relatado entra por una oreja del universo y sale por la otra oreja del mismo universo para que todo se quede como estaba, aunque ya no está como estaba. Nada está como estaba.
No se trata ya de conservar lo que se tiene en cuanto a la respuesta que se da uno mismo, animándose a lo Rafa Nadal: ¡Vamos, Manuela! Pasando a hurtadillas por tu propia existencia en un intento de evasión de ti, de negación, de despistar a tu sombra, de no ser tú quién está, sino a opinión o respuesta impregnada de no sé qué operación psicológica pro-conservadora de otras personas que no quieren escuchar tu relato, normalmente familiares, “amigos/as” muy cercanos.
Aguanta, se dice, date y dale otra oportunidad, déjalo correr, quédate. Son palabras que quizá decimos sin pensar para que el universo que nos rodea quede igual de armónico que antes, sin saber a ciencia cierta si era así de armónico como creíamos, para nosotros/as no para el/la que habla, un sacrificio a las estrellas para que no haya más contratiempos y se nos desborde el río de la vida de su cauce; un deseo propio del que oye pero no escucha, proyectado en la vida de los otros para coger nuestra propia curva de una manera más suave, prevaricando y echando balones fuera, quizá; tan sólo seguir adelante a modo de consejo con el traje ignifugo puesto, con el afecto más que defectuoso e inquietante; un mal día, una mala racha, espera a ver. Espera a ver.
Cuando a Manuela la ha cogido un hombre que dice ser su pareja sentimental del brazo con tanta fuerza que casi se lo arranca, y con la otra la ha cogido del pelo; le ha dicho gritando que le diera el móvil, no el suyo, el de ella. El tío ruin quiere echar balones fuera poniéndose como loco, asustando, dándole la vuelta a la tortilla en una actuación teatral más que conocida y absurda, haciendo daño a Manuela, cuando quién camufla su mediocridad en el aroma del perfume de otra mujer es él. Paradójico y cobarde. Manuela no entiende nada.
Ya nada es igual.
Sin embargo, no ha escuchado aun lo que ella quiere, adónde vas, sí, eso sí, y sin un duro.