Conocer nuestra cultura, según Diego J. García Molina

Conocer nuestra cultura

Estamos en estos momentos inmersos en las fiestas familiares por antonomasia, la Navidad, celebración religiosa, no lo olvidemos; la más importante del año para los cristianos junto a Semana Santa, las cuales conmemoran, respectivamente, el nacimiento y muerte de Jesucristo. Intercalada entre Nochebuena y Reyes tenemos la madre de todas las fiestas, aunque en este caso pagana, la noche de fin de año, Nochevieja, celebrada, esta sí, en todo el planeta. Creo que estábamos todos esperando con ansia la llegada de la Navidad para recuperar la del año pasado, que por esta maldita pandemia tuvimos que festejar de forma prudente, casi en clandestinidad. Lamentablemente, esta última variante del virus, ómicron, al ser más contagiosa que las anteriores por las informaciones que nos llegan, se ha expandido rápidamente por todos sitios afectando, otra vez, a la vida normal. Por suerte, es también la versión menos agresiva de esta gripe lo que hace que el número de hospitalizaciones y muertes sean mínimo, aunque el susto no nos lo quita nadie.

Volviendo al inicio, esta festividad la celebramos con regocijo y participamos de ella, aunque no seamos católicos practicantes de misa semanal (la expresión misa diaria ha quedado obsoleta) con cenas, comidas e intercambio de regalos, principalmente; no conozco a nadie que haga con la Navidad como esos secesionistas catalanes que dicen no reconocer la Constitución española (sic) y ese día festivo asisten a sus trabajos. Por lo que es bueno que estemos instruidos y tener información sobre los orígenes de esta importante parte de nuestro legado cultural. Para ello, nada mejor que conocer de primera mano al menos el Nuevo Testamento, y si es posible, también el Antiguo Testamento, libro sagrado común del judaísmo y el cristianismo, además de ser un compendio de historia y sabiduría recopilado a lo largo de cientos de años. Nunca es tarde para ver la luz, incluso ha habido personajes ateos y/o anticlericales históricos que han pedido asistencia espiritual al llegar el fin de sus días, sin embargo, en mi opinión, no es adecuado llegar a la edad adulta sin una mínima base religiosa; evidentemente, católica, ya que estamos en España. Si estuviéramos en un país musulmán no habría duda, o quizá opción, de estudiar otra cosa; si estuviéramos en un país protestante o anglicano esa sería la preferencia; si hubiéramos nacido en el extremo oriente nuestra religión habría sido el hinduismo, budismo, confucionismo, taoísmo, sintoísmo, o lo que correspondiera según el país o la tradición de nuestros padres.

No voy a decir que todas las religiones son iguales, no obstante, es innegable que, todos los pueblos, antiguos y modernos, en los cinco continentes, han tenido la necesidad de buscar un sentido espiritual a la vida, una forma de explicar lo inexplicable, concibiendo una religión. Persas, egipcios, griegos, romanos, celtas, aztecas, incas, escandinavos, tribus aborígenes australianas, da igual el tiempo y el lugar, todas tenían su propio repertorio de dioses y liturgia, a veces influenciada por una cercana; hasta en tiempos contemporáneos han surgido religiones y sectas que acumulan adeptos entre personas de toda condición social, por poner un ejemplo conocido, la iglesia de la cienciología, con Tom Cruise como más famoso exponente. Creo que es bueno que nuestros pequeños puedan adquirir esta formación a edad temprana, y ya cuando sean conscientes sobre este tema puedan elegir libremente el camino a seguir, el saber no ocupa lugar. Negar, por ejemplo, el bautismo, para que puedan posteriormente tomar la comunión previo estudio en la catequesis es una costumbre muy común, tomando la decisión por el niño; posteriormente es muy complicado que se aprenda de la misma manera. Es como el estudio de un idioma, cuanto a más temprana edad empiece el aprendizaje mejor, luego ya la decisión es individual, pero con conocimiento de causa para escoger. Al fin y al cabo, se puede ser creyente sin participar de la religión, se puede participar de la religión sin ser creyente, ambas alternativas, o ninguna. Ninguna combinación significa ser mejor o peor persona, lo que sí es seguro es que todos terminamos creyendo en algo con fe irracional, ya sea en el cambio climático, en un partido político, o hasta en Fernando Simón. Para terminar, quiero citar un texto del poeta murciano Ibn Arabí que descubrí hace unos días y me gustó mucho: “Hubo un tiempo en el que rechazaba a mi prójimo si su fe no era la mía. Ahora mi corazón es capaz de adoptar todas las formas: es un prado para las gacelas y un claustro para los monjes cristianos, templo para los ídolos y la Kaaba para los peregrinos, es recipiente para las tablas de la Torá y los versos del Corán. Porque mi religión es el Amor. Da igual a dónde vaya la caravana del amor, su camino es la senda de mi fe.”.

 

 

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