Compañeras de la limpieza, según María Bernal

Compañeras de la limpieza

Antonia es una mujer de la limpieza a la que conocí en un instituto de un municipio de Murcia hace algunos años. No sé si estará jubilada, de ser así, muy merecido descanso. Tuve con ella trato porque entre que a mí me gusta hablar y escuchar y entre que los lunes por la tarde coincidíamos en el puesto de trabajo, fue inevitable crear una pequeña amistad que no duró mucho tiempo, pero que sí fue sincera.

Una tarde, ella estaba fregando los pasillos del aseo y yo tenía que entrar, pero cuando me di cuenta de que estaba mojado, frené en seco y me volví.  Sin embargo, Antonia, que era una mujer muy amable y muy prudente, me invitó a pasar y con mucho agrado me dijo que no importaba que pisara.  Pero claro que importaba, ¿por qué tenía que marranear  un trabajo tan sacrificado si podía esperar? Se llama prudencia lo que a muchos les falta y prepotencia lo que a tantos les sobra a la hora de considerarse seres superiores.

Para mí sí importaba, importa e importará, por los siglos de los siglos, pisar un suelo o un aseo recién fregado, máxime cuando el trabajo de Antonia, como el de tantas de sus compañeras y compañeros no es plato de buen gusto en muchas ocasiones, es más hay que tener un estómago infinito y una paciencia desorbitada para prestar servicio a una sociedad que cada día es más cerda y que cada vez demanda más servidumbre. Por no hablar de los que por haber estudiado y ser letrados, pero con mucha ausencia de jurisprudencia, se creen que son imprescindibles y dignos de intentar destacar por encima de alguien.

Se trata de un trabajo muy meritorio, para mí de los que más tendríamos que valorar, este de la limpieza,  pero muy desagradable, y no precisamente por la loca juventud a la que siempre le solemos echar la culpa de toda suciedad, sino por los adultos marranos que hay en todos los lugares, soberbios y estúpidos, cuyo pensamiento no es otro que el de “si ensucio, para eso están las de la limpieza”. Personas sin miramiento, sin escrúpulos y sin ser conocedores de lo sacrificado que es entrar a un sitio, no a limpiar, sino a quitar mierda, que son dos conceptos muy distintos.  Detesto cuándo dicen: que lo limpian las de la limpieza que para eso les pagan. Error, les pagan para mantener un lugar limpio, pero no para ser esclavas de auténticas pocilgas, cuyos dueños se creen con derecho a serlo por el hecho de que hay contratado personal de limpieza.

Hablando con Antonia, me sorprendió mucho que me dijera que había muchas personas, algunas, docentes, que no tenían apenas delicadeza cuando,  por ejemplo, veían un suelo mojado y que no pedían permiso al menos para entrar. En serio, me jodió mucho porque ante todo está la educación, porque antes de ser profesores, médicos, abogados, arquitectos, somos personas y si eso no lo tenemos claro,  nada bueno aportamos para la sociedad. Después de su amabilidad y mi espera, seguimos y llegamos a la conclusión de que sí es cierto que en muchos casos hay miradas por encima del hombro, pero yo siempre he pensado que si nos miran por encima del hombro es simplemente porque esos son más altos, pero no más dignos.

Vivimos en una sociedad muy clasista todavía, no porque esté así legislado, bendita abolición del clasismo, entrado ya el siglo XIX, sino porque son muchos los que piensan que los que estudian carrera o los que están en una posición más acomodada, bien porque se la han ganado, bien porque han tenido un golpe de suerte,  son personas más importantes que los que no. A mí me fastidia que, en pleno siglo XXI,  las personas que se dan golpes de pecho y presumen de ser lo más educados de todo el universo, son los más maleducados del planeta.

Que nos enseñen y que enseñemos a nuestros hijos, sobrinos, hermanos, nietos que el ingrediente de la vida es sin duda creerse uno más, así con entereza y con actitud antiderrotista,  podría ser la clave para evitar episodios como los que tuvo que vivir Antonia, nunca por encima de nadie, tampoco por debajo. Que nos quede claro que nadie tiene que levantarnos los pies del suelo por el mero hecho de creer ingenuamente que está en un nivel superior.

Recuerdo una de las tardes, cuando Antonia me contaba sus batallitas, una frase que le dije y por la que se emocionó y que todavía a día de hoy mantengo: «Antonia, entrar a dar clase entra todo el mundo, sin embargo, entrar a fregar un baño, solo lo hacen personas tan sumamente enteras y poco delicadas como vosotras, compañeras de la limpieza”.