Cómo debe ser la Justicia según Vergara Parra

 

SEAMOS ESCLAVOS DE LAS LEYES PARA PODER SER LIBRES (Cicerón)

La cultural occidental europea se asienta sobre tres hitos de mayúscula e incontrovertida importancia: el cristianismo, la filosofía griega y el derecho romano. Aún con todos los inconvenientes que ustedes quieran, Europa es el lugar del mundo donde el hombre se ha desarrollado con mayor plenitud. Habrá quienes disientan de esta reflexión y aprecien mayores bondades en otras culturas. No es mi caso, pues me siento especialmente afortunado por haber nacido en suelo europeo. Quizá otro día hable del cristianismo o de la filosofía griega mas hoy toca el Derecho.

Verán. Vivimos tiempos confusos donde algunos, por maldad, ignorancia o ambas cosas a la vez, intentan desgajar la democracia del derecho. Y ésto, lejos de ser una mera anécdota, constituye un disparate de proporciones siderales. A cuento del infausto procés catalán, muchos de sus abigarrados defensores se pasean por las emisoras y televisiones, vomitando reflexiones jurídico-políticas que no resisten ni un mínimo escrutinio intelectual. Consideraciones solo atribuibles a mentes trastornadas o escasamente amuebladas. Lamento ser duro pero es que la  realidad a la que nos enfrentamos también lo es y todos, en flancos o atalayas, hemos de combatir, con la razón y la palabra, semejantes esperpentos. De no hacerlo, de permanrcer impasibles, el embuste acabará desplazando la verdad. La izquierda radical y los nacionalismos secesionistas, supremacistas y xenófobos se empeñan en enseñarnos lo que ya sabemos. Cuando la Ley supone una amenaza o un estorbo para sus delirios de grandeza, la pervierten de tal manera que acaban sodomizándola. No es de extrañar que, sin apenas sonrojarse, hablen de presos políticos, de estado opresor, de falta de democracia, de ausencia de libertades en Cataluña y de un sinfín de dislates que no pasaré por alto.

Descartado, por imposible, el sistema asambleario, el menos malo de los  regímenes conocidos, la democracia, permite que los ciudadanos decidan en libertad quiénes han de ser sus representantes. Pero para que, ab initio, la formación de esta sacrosanta voluntad no quede viciada, debe germinar bajo la fiel observancia de un procedimiento previamente establecido. La democracia, como algunos ilustres ignorantes pretenden, no consiste en que todos, en cualquier momento y forma, puedan votar. La ley prevé, porque así ha de ser, quiénes, cuándo y sobre qué se puede decidir; fija plazos y mayorías cualificadas; determina quórums específicos para que la voluntad representativa sea válida; jerarquiza las leyes y demás disposiciones normativas para que las de menor rango no contravengan a las de rango superior y, en definitiva, marca las reglas del juego para que todos sepamos a qué atenernos. Más allá del Derecho solo hallarán caos y tiranía, y el hombre quedará desvalido frente al arbitrio y caprichos de señoritos feudales, reyezuelos y dictadores de todo color y condición. No lo duden. ETA y su entorno, tan pronto pisaron moquetas y maderas nobles, vieron en la Democracia una aliada. Abandonaron las armas y pidieron perdón a las víctimas. Si esos cafres hubiesen visto la luz cuando debieron verla, habría mil muertos menos en los cementerios de España. De sobra sé que la Ley, por ser Ley, no es necesariamente justa mas, en tal caso como en todos, solo hay camino para deshacer el entuerto: el que fija la propia Ley. Tanto más prominentes serán nuestras leyes como elevadas sean las almas que las inspiran.

La libertad, para que sea real, necesita nobles objetivos y cauces por los que transitar. La libertad omnímoda y anárquica es, además de quimérica, manifiestamente dañina. En política casi todo se puede imaginar pero el camino para perseguir ese sueño debe ser el que todos usamos. Desconfíen siempre de quienes, para lograr sus objetivos, juegan con las cartas marcadas. Haciendo gala de un cinismo tan persistente como avieso, aparentan ser los más y mejores demócratas pero la realidad es bien distinta. No pasan de ser unos vulgares impostores que abrazan la ley cuando les es útil y la repudian de ser hostil. Si hallan complacencia, reconocerán la utilidad de las instituciones políticas y judiciales mas si éstas cambian el paso las deslegitimarán sin piedad. No son demócratas pero sí hábiles. Usarán los resquicios del sistema para introducir cuñas y resquebrajarlo. La gestión política y los problemas reales de los ciudadanos deben resultarles de los más aburrido pues dedican su tiempo y energías a la propaganda, la mentira, a reescribir la Historia, a inocular odio, a conculcar la Ley y pasarse las resoluciones judiciales por donde, como apuntara el genio,  la espalda pierde su dulce nombre.

La Ley no solo es mancillada por quienes de frente la agreden; también es ultrajada por aquellos que, tras haber jurado o prometido cumplirla, abdican de sus obligaciones.

El Sr. Rajoy, pésimamente asesorado, debió haber dado un paso atrás, disuelto las cámaras y convocado elecciones. No sabemos qué habría ocurrido. Lo que sí sabemos es que, hoy, España está gobernada por un señor para quien llegar  políticamente vivo a las próximas elecciones constituye la única y principal consigna. Si puede, exhumará a Franco. Tal vez mañana le toque a Don Pelayo. Todo con tal de tener entretenido al personal mientras se hacen guiños a una izquierda voraz y el nacionalismo catalán nos revuelve cada día las entrañas.

No se apuren. Tengo para todos. España tiene otros enemigos algo más sutiles y no menos letales. Los hay de rancio abolengo, nostálgicos de tiempos pretéritos en los que los señoritos eran señoritos y el populacho, populacho. Siempre fueron gente de orden; cada cual en su sitio. Otros, permanentemente envueltos en la rojigualda, esquilman las arcas públicas y miran para otro lado mientras el ibex gobierna el país y les premia por hacer de mullidos felpudos.

Descartados, por traidores, estos y aquellos, hay una España trabajadora, honesta, leal y orgullosamente patriota que merece algo mejor. No levantaré barreras entre izquierdas, centros y derechas. Tampoco entre católicos, agnósticos o ateos. Como nada me importa el adeene, la inclinación sexual o la estirpe. Me importa saber quién está del lado de la Ley y quién no; quien la cumple y la hace cumplir y quiénes la desobedecen o  desprecian. La Ley vino para hacernos iguales y prestarnos protección frente la arbitrariedad y abusos de los poderosos y chantajistas.

Sus Señorías prometieron o juraron cumplir y hacer cumplir la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico. Están tardando. La fuerza de la Ley y el Derecho es la fuerza civilizada del Pueblo; instituida para preservar nuestros derechos y libertades y, como es el caso, para proteger nuestra Nación de las acometidas de renegados, felones e ingratos. Nuestros enemigos están en casa y fuera de ella. Determinados estrategas geopolíticos, con ínfulas emperatoriales, quieren una España dividida y débil pues a río revuelto, ganancia de pescadores. Intramuros, hallaremos traidores que van por libre y tontos útiles al servicio, y quién sabe si en nómina, de los primeros.

No acaba aquí la cosa. Allende las fronteras, algunos orates gastan auténticas fortunas en medios de desinformación y en provocar leyes que dinamiten todo lo que nos ha hecho grandes. No andan interesados en alterar fronteras. Sus embestidas son más mucho más preocupantes. Quieren subvertir nuestro sustrato ideológico, consuetudinario y espiritual sobre el que España y buena parte de Europa han edificado su esplendor. La motivación es más prosaica de lo que muchos están dispuestos a admitir:  el dinero, el maldito dinero. Tras toda catársis, guerra, cisma territorial o crisis política o financiera algunos ganan mucho dinero. De eso se trata. De propiciar o instigar el mal ajeno si en ello hay una plusvalía. En realidad son unos vulgares ladrones aunque exquisitamente ataviados.

Como ven, si es que quieren ver, nuestro mundo, y España con él, se enfrenta a molinos de viento que esta vez sí son desaforados gigantes. Usemos toda la fuerza de la Ley cuán bondadosa e inquebrantable espada para que sean las aspas del molino, y no la tizona, las que se partieren en mil pedazos. Falta por saber si sus ilustres señorías están dispuestos a blandir la espada, desfacer entuertos y arrancar las malas simientes para que el imperio de la Ley aplaste tanta inmundicia.

Fdo. José Antonio Vergara Parra.

 

 

 

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