Clases de dibujo, un relato de Elena Sánchez

Clases de dibujo

Elena Sánchez Hernández

Tengo uno de esos agujeros dentro de mí. ¿Qué cómo lo sé? Porque ya de niña me quedaba extraviada. Para quienes estaban cerca era como si estuviera fuera de mí, en otro lugar o en otro tiempo; pero en realidad estaba agazapada en algún rincón dentro de mí del que no era capaz de salir. La primera vez que supe de la existencia de los agujeros negros fue en las clases de dibujo. El abuelo dibujaba cientos de bocetos del universo que estaban repartidos por todo el estudio. Preparaba una exposición importante.

Por lo mío nadie parecía preocuparse demasiado. El abuelo sabía cómo tranquilizar a la familia, incluso cuando llamaban del colegio. Solía contar que de pequeño él era igual, y que todas aquellas rarezas no le hicieron ningún mal; al contrario, le ayudaron porque nadie triunfaba en el mundo del arte aparentando normalidad. Que el abuelo era un hombre de pequeñas extravagancias era algo conocido por todos. Es cierto que en ocasiones molestaban a la gente; pero, al final, todos le perdonaban. Era un artista consagrado. Pensaba que la gente se sentía más feliz si creían que pagabas un precio por tener un don del que ellos carecían.

Al principio, las clases con el abuelo eran todas las tardes. Decía que había heredado su talento natural para la pintura y que sería su sucesora. Mamá estaba encantada; a pesar de que alguna vez le contaba a sus amistades que el abuelo era un hombre un tanto mezquino. Al final acababa riéndose como si aquello no tuviera mucha importancia.

Al poco tiempo, el abuelo decidió reducir el número de clases a dos tardes a la semana. ¿El motivo? Lloriqueaba y no seguía sus instrucciones. Mamá se molestó conmigo. Dijo que no mostraba el suficiente interés y que no quería esforzarme. Lo mismo había dicho el abuelo. Aún así, mamá propuso que empezara a ir a clases de dibujo a una academia de arte con niñas de mi edad y, que más tarde, cuando ya hubiera adquirido algunas habilidades técnicas, retomara las clases con él. Pero para el abuelo los métodos convencionales dinamitaban la creatividad. Repetición, repetición y más repetición. Había que estimular la creatividad. Hacer entrar en contacto la esencia del ser con los materiales de los que estaba hecha la creatividad. Mamá se entusiasmaba cuando escuchaba al abuelo hablar de esa forma. Creo que me hubiera gustado saber cómo era una clase de dibujo convencional, porque la creatividad me hacía sentir congoja y miedo y otras cosas que no sabría muy bien cómo explicar.

Cuando el abuelo se cansaba de intentar instruirme, continuaba con sus bocetos sobre el universo. La mayor parte del tiempo me pedía que no molestara y que me estuviese quieta, sentada en una silla. Otras veces, el abuelo hablaba mientras dibujaba. Se dirigía a mí y me contaba que todos eran el mismo universo, pero visto con un ojo distinto cada día. La mayoría de las personas que conocíamos no tenían esa posibilidad; por eso veían siempre el mismo universo y hacían siempre las mismas cosas. Solo se podía contar con unos ojos distintos para cada día  si se aprendía a traspasar los límites: en eso consistía la creatividad.

A-LI-NE-A-DOS. El abuelo me deletreaba esa palabra. Algo en lo que era mejor no convertirse. Creo que no se trataba de un consejo, sino de una de esas amenazas que no terminan de formularse nunca y se convierten en una eterna espada de Damocles. ¿Qué cuando aprendí a dibujar? Nunca llegué a dibujar. Antes debía aprender los juegos que el abuelo proponía para entrar en contacto con la creatividad; eran juegos sucios, juegos del cuerpo o cosas así. Yo no conseguía hacerlos bien, o no quería, y una vez más, acababa llorando. Entonces el abuelo se enfadaba, decía que era una niña caprichosa y tonta, que lo único que conseguía conmigo era perder el tiempo. ¿Quiere saber qué paso? Pues que un día el abuelo, cansado de intentar instruirme en la creatividad, continuó dibujando sus bocetos del universo. Debió de ser por lo enfadado que estaba que dibujo un universo con un gran agujero negro. No debí moverme, ni levantarme de la silla, porque justo al hacerlo fui a caer en ese agujero. Consiguieron sacar una parte de mí y para que no volviera a pasar dejé de visitar el estudio del abuelo. Pero, ¿sabe cuál es la verdad? Que de un agujero negro no se sale nunca.

Nota de la autora: En los casos de abusos sexuales en la infancia, continuados y repetidos en el tiempo, es necesario que concurran varias circunstancias favorables para que este hecho se pueda dar. Una de ellas es un tipo de engaño, resultado de un proceso de seducción sostenido en el tiempo, que actúa no solo sobre la víctima, a la que se induce a participar en actos que no son propios de su desarrollo evolutivo, sino también sobre su contexto próximo; quedando de esta forma las niñas y niños víctimas de abuso, desprotegidos.

El 20 de noviembre se conmemora la Declaración Universal de los Derechos del Niño. Dicha declaración es el compromiso de los países firmantes de proteger la infancia de todas aquellas circunstancias que impidan el desarrollo integral de niños y niñas. El abuso sexual infantil es una de ellas.

 

 

Escribir un comentario