Cieza y el drama de la migración de los que salen (Parte II)

Segunda parte del análisis sociológico de la salida al exterior de los profesionales de Enfermería

Encarnación Juliá García

Lo que los datos revelan, y lo que hay en el fondo de la paradoja, es una situación de desequilibrio provocado desde un sistema social cuya razón de ser es la desigualdad, el mantenimiento de una élite a costa de una base social desposeída de los medios para autogestionarse. Es decir, aparecen categorías que se salen del discurso sociológico dominante: clases sociales y límites impuestos por el sistema de clases. Porque solo hasta cierto punto podría el sistema reducir la desigualdad, ya que si no dejaría de ser lo que es.

Por el contrario, lo que ha hecho es aumentarla, desde el momento en que la base trabajadora se contentó con mínimos, a la vez que delegaba la lucha en sindicatos profesionalizados y subvencionados. El problema del desajuste entre las necesidades asistenciales de la población, y las inversiones en sanidad, que se nos presenta a través de una falsa disyuntiva entre mantener o subir los impuestos, sin especificar a quién hay que subírselos para no tocar a las grandes fortunas, no procede únicamente de determinado modelo de capitalismo y sus mediadores políticos, el neoliberalismo. La raíz de los desequilibrios es más profunda; hoy es global y supone una división funcional que mantiene enormes brechas sociales a nivel de territorio.

En primer lugar, entre continentes, y en el seno de la Unión Europea, entre países del norte, más industrializados, y países del sur, más agrícolas, entre ellos España, Italia y Grecia…los mismos países donde tuvieron lugar las revueltas de 2011. Al mismo tiempo, los fondos de cohesión para compensar las desigualdades provocadas por este modelo se supeditan al cumplimiento de unas condiciones de contención del gasto social (ya fue significativa en este sentido la reforma constitucional que tuvo lugar durante el segundo mandato de Zapatero, derivada de la adhesión al Pacto del Euro). Es decir, el mismo método que las instituciones financieras internacionales han estado utilizando para controlar políticamente y sumir en la miseria a los países llamados del Tercer Mundo. Así se entienden los desequilibrios, como que un país importe el mismo tipo de producto o recurso humano que por sí solo es capaz de producir y que se compita por ellos entre países, y que unos tengan mayor poder de compra y puedan permitírselos. Por eso son los países más ricos los que mayor ratio de personal de enfermería poseen (Bélgica, 1.600 personas trabajando en Enfermería por cada 10.000 habitantes, muy por encima de la media europea, y tremendamente lejos de las 463 de la Región de Murcia, la peor de España). Esto no quita sentido a las huelgas de Sanidad que ha vivido nuestro país en los últimos meses, en las que se exige creación de las plazas necesarias y que se recorte de los beneficios, que llevan décadas creciendo en detrimento de los salarios.

Pero no perdamos de vista las contradicciones de fondo, pues se van a reproducir las mismas situaciones una y otra vez, al tiempo que, si nos conformamos con las reformas para que en el fondo nada cambie, nos estamos convirtiendo una sociedad conformista y sumisa, lo que con el tiempo invalida hasta la posibilidad de reformas. No solamente porque el sistema se ve fortalecido para negar hasta las migajas y retirar los avances conseguidos hasta la fecha, sino porque se contribuye a crear una sociedad inmovilista e insolidaria que mira para otro lado ante las injusticias o culpabiliza a las víctimas, en este caso, despreciando a quienes tienen formación, y pretendiendo que se conformen con el peor empleo.

Recojo a continuación el contenido de una entrevista a un enfermero ciezano emigrado a Alemania.  Se llama Mariano Morote, tiene 32 años y trabaja en Múnich. Llegó a Alemania hace siete años, en 2015. Entonces ya sabía que las cosas estaban mal en la Sanidad española. Tenía unos 24 años y no se lo pensó mucho. Estuvo estudiando siete u ocho horas diarias para aprender alemán, en Murcia. Las clases valían muy poco, unos 50 euros mensuales. El profesor, cuando acabaron, se quejó de que no volvería más por España porque de unos quince solo se fue a Alemania él, Mariano, con lo que su empresa había perdido dinero (me cuenta esto al recordarle el fraude de los “contratos mordaza” en Alemania, que obligaban a los trabajadores a devolver el dinero de la formación si dejaban el trabajo al poco de empezar a trabajar. Ese dinero procedía de subvenciones de la UE). Él se fue con contrato, y me confirma que es en lo que más se diferencia de España, que la gran ventaja es la estabilidad. Tiene la sensación de que puede estar empleado ahí de por vida. En cuanto al sistema sanitario alemán, no es totalmente público, porque casi siempre gestionan los centros las empresas privadas y la asistencia primaria se realiza en clínicas privadas a las que las aseguradoras pagan según el número de pacientes que atienden. Esto es algo con lo que la demanda de trabajadores sanitarios extranjeros puede estar relacionado. Puede ser que los autóctonos no acepten esas condiciones de exceso de pacientes o tengan mejores oportunidades de empleo, o quizá tengan que recurrir a trabajadores de fuera por no tener suficientes graduados en Enfermería con una población envejecida. Lo que él percibe confirma la importante presencia de inmigrantes trabajando en la Sanidad alemana, porque me dice que en su centro de 50 trabajadores sanitarios sólo unos 10 son alemanes; esa es la proporción que observa en su trabajo.

Su trabajo tiene lugar en un centro hospitalario de urgencias. Las horas que trabaja de media son ocho horas diarias, con turnos de mañana o tarde, según le toque, lo que sucede siempre en Enfermería, y algunos días lleva a cabo las horas seguidas y puede pasarse hasta tres días libres. Los gastos son altos, pero los ingresos que percibe los valora mejor que los que pudiera cobrar en España. Echa de menos a su familia en Cieza, pero estos siete años de desarrollo personal y profesional no los cambia por nada. El viaje a España es rápido, y varias veces al año viene de visita. Asegura que tendría que cambiar mucho la situación en España para volver y que, aun así, probablemente no volvería porque ya se ha adaptado al trabajo en este nuevo ambiente, que es muy bueno para el aprendizaje por el propio hecho de ser una ciudad multicultural. “Cuesta mucho salir de Cieza”, añade, “pero también cuesta mucho volver cuando ya has salido”. Yo quiero pensar que es posible que con el tiempo vuelva. Y cuando vuelvan, si vuelven, van a traer un bagaje con ellos que, si alguna vez se reintegran a la profesión, va a ser de gran positividad para la economía y, en todo caso, de enriquecimiento para la sociedad local si se instalan de nuevo aquí.

Expreso que lo ideal sería pasar temporadas fuera y no verse obligados a emigrar de esa manera y le reporto la injusticia de que se necesiten 100.000 y hayan emigrado 15.000. Y me da la razón, pero también dice que él siempre es positivo, que siempre ve lo mejor y me va a decir lo mejor, que hay compañeros que siempre se quedarán con lo peor y, entonces, no aguantarán estar ahí. Todo es mejorable y le comento como, por ejemplo, en Noruega tienen una app para reportar el estrés laboral al cabo de la semana y que una supervisora se encarga de facilitar la adaptación de las enfermeras o enfermeros inmigrantes y, en cambio, donde él trabaja dice que no hay tanta supervisión. Comparamos también la situación durante la pandemia del covid-19 y afirma que no les faltó equipamientos, ni medios, ni se veía lo que se veía en España: deficiencias asistenciales mientras a los altos cargos de Sanidad no les faltan nunca los buenos sueldos. Países diferentes, con una posición diferente en el orden mundial; a las brechas sociales internas se añaden las existentes entre territorios.

Quiero terminar diciendo que el silencio puede ser muy violento cuando invisibiliza la violencia, y más cuando ésta es estructural, de las que se da por hecho que no hay que hablar. Esto que escribo es para no ser cómplices. Sin conciencia del fenómeno colectivo, no habrá ni historia ni progreso; sobre todo, si dejamos que se siga difuminando el propio concepto de clase social en favor de la reintroducción de rancios ideales nacionalistas. Como los exiliados dicen, ¿dónde está ese patriotismo cuando se trata de los emigrados españoles? ¿Es patriótico hacer emigrar a la juventud mejor preparada de la historia de tu país y encima invisibilizarlos intencionadamente para no dar mala imagen en las estadísticas y negarles derechos como la vivienda, la sanidad y el voto? “Menos banderas, y más enfermeras”, puede leerse en las pancartas en las huelgas de Sanidad estos días.