Cieza y el drama de la migración de los que salen (Parte I)

Análisis sociológico de la salida al exterior de los profesionales de enfermería

Encarnación Juliá García

“Estoy triste. Mi hijo se va a Irlanda a trabajar porque aquí no encuentra de lo suyo”. Frases como esta las solemos escuchar sin darle mayor importancia porque normalizamos pensando que nada se puede hacer y que así son las cosas.

Lo cierto es que la ola migratoria que comenzó en 2008 y que en tan solo diez años había superado en cifras a la que tuvo lugar en tiempos del franquismo a lo largo de 25 años, del año 1956 a 1974 del siglo pasado, quedó plasmada en la memoria colectiva a través de las películas del cine español de la época. En aquel entonces se fueron 1,3 millones de personas, en su mayoría hombres jóvenes procedentes del campesinado español, mientras que solo de 2008 a 2018, según el Padrón de Españoles residentes en el Extranjero, quedaron registrados en los consulados de los países de destino 1,5 millones de migrantes españoles, la gran mayoría menores de 30 años, tanto mujeres como hombres, muy cualificados (según estudio del Consejo de Juventud de España). Cuántos quedaron sin registrar, sin que quede constancia en las cifras oficiales y sin poder votar en las elecciones, por evitar costes y burocracias, por no verse excluidos del derecho a la vivienda de protección oficial o de la sanidad (según la ley Mato, de 2012 a 2018); esto se desconoce. Pero quiere decir que, en los diez años siguientes a la crisis de 2008 son más de 1,5 millones las personas de nacionalidad española que van a formar parte de este exilio económico del que la mayoría todavía no ha regresado, cifra que, en los últimos cuatro años, ha seguido creciendo. “No nos vamos. Nos echan”, era uno de los lemas del movimiento de la Marea Granate (color de los pasaportes), que surgió en 2011 al mismo tiempo que el del 15-M, en contra de las causas de la crisis económica y social que les empujó a emigrar.

En el interior de la diáspora española, las situaciones son diversas, porque en otros países es más fácil encontrar empleo, pero muchos son los que han tenido que alternar el trabajo cualificado con otros más precarizados, y abundan los testimonios que se quejan de muchas horas de trabajo por bajo salario. El colectivo de enfermería, del que se va a hablar en este artículo, es de los mejor situados, porque al ser su trabajo muy demandado, cumplen con las aspiraciones que se hace la mayoría de emigrados al salir. Más que el tener un sueldo muy alto, les interesa la estabilidad laboral, ya que sin ella no pueden hacerse un plan de futuro, no pueden pagar una vivienda, no pueden consolidar sus vínculos con otras personas y formar parte de una comunidad, crear una familia propia…vivir como un adulto, en definitiva. Además, se prioriza el factor vocacional, el poder ejercer la profesión para la que han estudiado, cosa que para quien emigra y es de enfermería se cumple. Por tanto, son ventajas muy motivantes que están haciendo que haya crecido muchísimo la emigración en este colectivo y que no tiene que llevar a ocultar las desventajas, porque no es una migración elegida libremente, sino forzada por lo económico, y que, moralmente, también se paga con lo que se llama “el duelo migratorio”, la lejanía de su tierra y de los suyos, y la necesidad de adaptarse a otra cultura y otra ciudad en la que se es un extranjero.

Y esto sucede al mismo tiempo que abundan los titulares en los medios de comunicación diciendo que en España hace falta personal de enfermería y que la patronal demanda homologación rápida de los títulos extranjeros para incorporar personal de otras nacionalidades. Para entender esta paradoja, recurro a proyecciones de Eurostat de 2016, recogidas en el artículo de J.J. Arévalo Manso Próxima escasez de enfermeras en España. El problema del que no se habla (Index Enferm [online]). 2019. También se refleja en los datos de SATSE (sindicato de enfermería). Según este sindicato, hay 330.000 personas graduadas en Enfermería y 15.000 de ellas han emigrado. En este punto es importante especificar que son más de un 80% mujeres, aunque por no contribuir a seguir feminizando la profesión no voy a utilizar un genérico femenino, “enfermeras”. Como según la previsión de Eurostat, en 2020 la demanda de personal de enfermería sería de 267.000, supongamos que en 2023 hay 268.000 en ejercicio, incluso estimando un poco por encima de la realidad. Si a 330.000 enfermeras y enfermeros colegiados que hay en España, le restamos los 15.000 que han emigrado y luego restamos los que están en ejercicio y los 3.500 que hay en paro, según el SEPE, resulta que habría 43.500 trabajando en otras actividades. Como según SATSE, la media de personal no fijo en enfermería en España es de un 33%, sobre 268.000, eso equivaldría a 88.440 enfermeras y enfermeros que trabajan como temporales. Si SATSE estima que para 2023 harían falta 95.000 plazas más para llegar a la media europea, esto supone que sumando las personas españolas que trabajan en enfermería en el extranjero (15.000), más las que están en el paro (3.500) y trabajando en otras actividades (43.500), tenemos 61.500 enfermeras y enfermeros españoles que no están contratados. Si se contrataran y se estabilizara al total aproximado de 88.500 que hoy trabaja con contrato temporal, tal vez podría alcanzarse con este la ratio la media europea de 827 personas ejerciendo la enfermería por cada 100.000 habitantes (según el Consejo General de Enfermería, basado en informes de OCDE, Eurostat y OMS).

Aparte, está el factor técnico y organizativo que, a largo plazo, va a ser decisivo para la sostenibilidad del sistema sanitario y el de las pensiones en unas poblaciones que tienden a alargar su esperanza de vida y a limitar la descendencia, como mínimo a un nivel de reemplazo generacional (en España actualmente está por debajo, otro efecto de la situación económica que repercute en más envejecimiento). Esto implicaría, como se señala en el artículo de Arévalo Manso, inversiones en envejecimiento saludable para que se reduzca en lo posible el número de personas que necesitan asistencia y, también, en investigación y en tecnología de automatización de procesos, en TIC y mejoras en organización y gestión para que se pueda atender a más pacientes con menos personal.

Por supuesto, esto dista mucho de propuestas descabelladas como sustituir a los profesionales de la medicina por personal de enfermería. En todo caso, no hay duda de que actualmente hace falta crear por lo menos 100.000 plazas de enfermería que, seguramente, se podrían cubrir con graduados españoles. Y, a medio plazo, hacia 2030 siguiendo las previsiones de Eurostat, mientras no se alcance una eficiencia plena, tendría que recurrirse a personal de otros países con poblaciones menos envejecidas.

Y en ese punto podremos encontrarnos con otros obstáculos. Si hoy es solo un 4% el porcentaje de enfermeras y enfermeros extranjeros trabajando en España esto tiene que ver con el hecho de que también para ellos hay mejores destinos en Europa, por lo que habría que crearles incentivos. Y tampoco este recurso supone una solución definitiva, dado que las poblaciones de sus países, como las nuestras, van a tender a alargar la esperanza de vida y reducir la natalidad y no podemos contar con situaciones insostenibles como la pobreza de estos países y que sus jóvenes se vean obligados a emigrar. Además de que habría que plantearse formarlos aquí, porque su formación en esos países empobrecidos no va a tener la misma calidad. A ello, hay que añadir que no se sabe en qué medida esto se puede compensar con el rejuvenecimiento que aporta el movimiento inmigratorio en general y, en concreto, las y los descendientes de inmigrantes que también van a ser enfermeros y enfermeras españoles formados en España.