Federico González Gallego llevó el vino ciezano a diferentes lugares del mundo
Miriam Salinas Guirao
Antonio Marco certificaba el veintiocho de junio de 1848 el bautismo de Federico González Gallego. Nació en la calle del Barco. Hijo legítimo de Francisco González y María de los Ángeles Gallego. En el certificado acompaña a los nombres la partícula ‘Don’ y ‘Doña’, elemento que diferenciaba a los ciezanos, “de mejor familia”, como se suele decir por estos lares.
Federico González, viajero y vitícola
Según investigó Ricardo Montes (Cieza durante el siglo XIX), en 1873 Federico llevó el caldo ciezano a la Exposición Universal de Viena, en el año de 1877 a Madrid a la Exposición Vinícola Nacional. “En esta ocasión se especificó que llevaba vino tinto rancio de 1860, a dos pesetas el litro, carísimo para la época y el resto de muestras de todo el país, donde sólo algunos vinos dulces especiales alcanzaban dicho precio. Al parecer producía 10.000 litros anualmente de vino tinto”, señala el cronista e historiador.
En 1878 El Semanario Murciano publicaba la relación de los productos murcianos en la Exposición de París de 1878. El Ayuntamiento de Cieza llevaba esparto, ‘albardín’, ‘cenillo’ y una colección de maderas. Aquí, de nuevo, Federico, llevó vino. Otro vecino de Cieza, como Manuel Aguado y Moxó llevó aceite de oliva, cebada, avena, judías, lentejas, garbanzos, mazorcas de maíz… Similiano López del Castillo, hilatura y cuerda de esparto; José Gómez, esparto en rama y Faustino Molina Lucas, pasa de uvas.
El empresario ciezano, Federico González Gallego, no solo se dedicó a la producción de vino. El 5 de mayo de 1870, el periódico La Regeneración trascribía un escrito de la Junta provincial católico-monárquica de Murcia, en el que se comprometían a permanecer fieles a “los salvadores principios” de la “augusta persona” de Carlos de Borbón, donde Federico aparecía como vicesecretario, es decir, era carlista.
En 1895 El Diario de Murcia publicaba una ‘Buena ocasión’ en la que Federico era el que figuraba como responsable de la oferta. Se refería a la adquisición de “un monumento” que venía usándose en la iglesia parroquial de Cieza, por haberse construido uno nuevo. Su esposa era Piedad Rodríguez de Vera y Capdevila, quien falleció el 17 de abril de 1954, a los 94 años. Un año después de su fallecimiento las misas celebradas en la Asunción, en San Joaquín, en la ermita del Santo Cristo, las Monjas Claras y Divina Pastora fueron “aplicadas por el descanso eterno de su alma”. También en lugares de culto de Albacete, Bonete, Hellín, Madrid, Valencia y Murcia. Sus hijos fueron Ángeles (viuda de Jover), Pedro Antonio (coronel médico) y Francisco. Así rezaba la esquela publicada en Línea.
Los vinos ciezanos
Diego Rivera y Concepción Obón estudiaron la evolución histórica del sustrato varietal vitícola en la Región de Murcia. En su investigación comprobaron que los primeros datos sobre el cultivo de uva en la localidad databan del siglo XVI, cuando Felipe II ordenó la elaboración de un exhaustivo registro de los pueblos de España. De Cieza quedó reflejado que era “tierra de poca labranza y los frutos que más se cogen son: pasas de lejía, seda y fruta sana…”
En la mitad del siglo XIX se roturaron más tierras, lo que permitió el aumento de la agricultura de secano. “Desde fines de 1870 y hasta 1890, la vinicultura se vio favorecida debido a la demanda de vino por los franceses, debido a la plaga de filoxera que estaban sufriendo”. En 1889 en Cieza se cultivaban hasta 15 variedades diferentes: Morrastel, Royal, Uva de Aledo, Uva de Pasa, Valencí, Bermeja, Alamís, Ojo de liebre, Planta de Mula, Colgadilla Blanca y Negra, Flor de Baladre, Moscatel, Alcayata y Planta del Reino.
La filoxera, el insecto, parásito de la vid, apareció en la Región de Murcia en el año 1893. Como señalaron Rivera y Obón, desde el inicio de la plaga hasta 1909 se destruyeron más de 7.000 hectáreas. Esto provocó el cambio en la proporción de los viñedos murcianos y su obligatoria redistribución.
Montes Bernárdez recuperó los datos del catastro de Ensenada que indicaban, en 1755, que uno de los principales cultivos de Cieza era la vid, “dándose sólo en tierras de regadío, ocupando el 25% de las mismas, con una producción anual de vino de 218.000 litros, con un valor económico de 83.850 reales”. Unos cien años después, en 1850, Madoz registró que en Cieza se producía el vino necesario para su consumo, “de excelente calidad”. Aún se producía vino en Cieza en 1905, “cuando se anunciaba la venta de 10.000 a 12.000 arrobas de vinos blancos y tintos, cotizándose a 2,75 pesetas. Para entonces debía faltar vino en Cieza para su consumo, ya que se traían carros con vino de La Mancha. Por otra parte, la uva ciezana se vendía en Murcia, a fines del siglo XIX, a 75 céntimos el kilo y el cuartillo de vino a cinco céntimos”.
El siglo XIX fundamentó la cultura vitícola en Europa. A mediados de siglo, los cambios comerciales y expansivos de las economías aumentó el consumo de vino en la zona europea. “La mayoría del vino se consumía cerca de donde se producía. El crecimiento demográfico y la llegada del ferrocarril cambiaron la fisonomía europea. Se incrementó la producción a un coste muy inferior” (Juancho Asenjo, miembro de la Academia Internacional del Vino (AIV), en la sesión invernal de esta institución celebrada en Viena). Además de los cambios en la economía y los estados, el abaratamiento de las técnicas de destilación abrió el mercado a los “vinos naturales”. En España, la orografía y el atraso en los transportes ralentizaron la apertura. “Sin una reforma agraria, las sucesivas desamortizaciones consolidaron una nueva burguesía absentista preocupada por sus rentas. Fueron los propios señores quienes abolieron el régimen señorial e implantado el capitalismo en el campo. Las consecuencias para la agricultura fueron dramáticas con la perpetuación del atraso técnico y de la miseria de los pequeños agricultores y jornaleros. Se mantuvieron los sistemas feudales en las relaciones laborales como la aparcería, la ‘rabassa morta’ en Cataluña, la enfiteusis en el Levante donde el propietario de la tierra y el campesino se repartían los beneficios” (Ibídem).
El vino español creció debido al desarrollo de la red de transportes, los comerciantes franceses y el crecimiento de la demanda exterior. En medio de este mercado, el vino ciezano cruzó fronteras y perduró lo suficiente como para que hoy se recuerde que Cieza fue tierra de vinos.