Quien ame la literatura puede estar de enhorabuena. Y a quien le guste Miguel Espinosa, mucho más. Si a ese alguien, además, le intrigan las razones que el amor tiene y la razón no entiende, la felicidad será completa. Un ciezano, Fernando Fernández Villa, acaba de publicar en la editorial Alfaqueque un magnífico libro de nuestro gran, inmenso, inconmensurable autor murciano, con más de 400 cartas, notas, postales, telegramas y otros textos que Espinosa escribió a su musa, Mercedes Rodríguez. Una segoviana de veintidós años, venida a Murcia para estudiar Química.
A decir verdad, Mercedes fue para Miguel algo más que una inspiración. “Eres la juventud y la belleza; también la bondad y la dulzura. Eres lo que yo no quiero perder nunca”. Cuando esto escribió en 1956, Miguel estaba ya casado y mantenía a dos familias (esposa y dos hijos; madre y tres hermanas), y se hallaba acuciado por problemas económicos. Aun así no perdía la esperanza de que mejoraran las cosas y poder entablar con su “diosa” una relación de vida en común estable: ”Mi situación lleva camino de mejorar mucho, pues he formado sociedad con S.G.O. para vender azúcares”. Pero la prosperidad no sólo no llegó, sino que como dice su hijo Juan, sus primeros negocios resultaron ruinosos y “vino la pobreza, que se hizo angustiosa, y tocó en miseria”. También intentó acercarse a la Universidad para dar clases de Filosofía del Derecho, pero Batlle, el rector de entonces, lo vetó. Y su paso por “Galería Preciados”, como jefe de sección, fue efímero. Finalmente, en 1962 se marchó a Madrid.
Su amor desmesurado por Mercedes no disminuyó, sin embargo. Todo lo contrario. Siguió siendo, como él, inconmensurable: “También siento que mis obras nada son, comparadas con la obra que tú eres. Si te separaras de mi persona, como dices, ya no volvería a ser ocurrente, a sonreír ni escribir con belleza”. Su amante llegó a encarnar, incluso, a diversos personajes femeninos de sus novelas, entre ellos, el de la mítica Azenaia Parzenós de “Escuela de Mandarines”.
La realidad, sin embargo, se impone con toda su crudeza. Y Mercedes, cansada de esperar, se casa con Francisco Guerrero, amigo de ambos. Un duro golpe para Miguel, que lo sume en el desencanto y la melancolía. Guerrero deja de ser entonces el amigo querido de antes y pasa a ser un peligroso rival al que empieza a odiar, incluso a difamar, con insultos de índole político, “fascista”, pero también personal, “ser inmundo”. La relación epistolar entre el novelista y su “atenea”, se mantendrá, no obstante, hasta 1981, poco antes de la muerte del novelista. Unas veces, pletórica, otras, atormentada, pero siempre intensa y aguda, como corresponde a dos seres cultos y brillantes. Cartas balsámicas que van llegando y alegrando su vida: “Qué dulce es abrir los ojos, desdoblar un papel y oírte sin descanso. No puedes imaginar cómo mi corazón se llena de vida cuando tiene tu voz en su interioridad”. Pero también descorazonadoras, donde no faltan los celos exacerbados que emponzoñan su existencia: “Me encuentro arrancado de ti como la uña de la carne… Hace meses que estoy cansado, como tú sabes, cansado, acosado, en la ruina, enfermo. Este golpe tuyo me matará”.
Decir Miguel Espinosa es decir autor de culto, de reverencia. Hablar de su escritura es adentrarse en una obra compleja, imprevisible, enigmática, dotada de una personalísima originalidad, que incluye títulos tan importantes como “Escuela de mandarines”, “La fea burguesía”, “Aklepios, el último griego”, o “Reflexiones sobre Norteamérica” (bendecida por Tierno Galván).
Un título más viene ahora a completar esta obra excepcional: “Cartas a Mercedes”. Un título autónomo porque se basta a sí mismo, pero también complementario porque viene a arrojar luz sobre la vida del caravaqueño y nos ayuda a comprender mejor su obra literaria. Lo sintetiza muy bien el poeta Antonio Lucas cuando afirma que “más allá de su escritura hipnótica, del raro encantamiento de su prosa, estas cartas dan cuenta del pensamiento en punta y las extrañas erudiciones de Espinosa”.
Estamos, pues, ante un material inédito, desconocido hasta ahora, que fue entregado al hijo del autor por la propia Mercedes, cumpliendo así la voluntad de Espinosa, para que fuera examinado y, llegado el caso, publicado. Treinta y cinco años después del fallecimiento del autor, la editorial Alfaqueque saca a la luz todos estos valiosos documentos en una edición muy cuidada y revisada por el propio hijo.
Lástima que un infarto se llevara tan temprano a este auténtico heterodoxo. A este peso pesado de la narrativa, cuya obra se agiganta con el paso del tiempo, y al que muchos críticos sitúan en la cumbre de la literatura española del siglo XX.