Carmen Laforet y la libertad cercenada

Rosa Campos Gómez

Este año se conmemora el centenario del nacimiento de la escritora Carmen Laforet, cuya obra supuso un antes y un después en la literatura española del siglo XX, así como en la forja de proyectos con posibilidades para las escritoras españolas, tan necesitadas de referentes con evidencia empírica al alcance de la mano: si una autora sin ningún libro publicado antes, con un texto realista, ‘Nada’ (1945), cuyo alto valor literario logró escabullirse de la censura que consiguió alzarse con premio remunerado –5.000 pesetas–, rompía el techo establecido -achatado y más de hormigón que de cristal– y abría nuevas puertas, ellas también podían. A. M. Matute, C. Martín Gaite y J. Aldecoa, entre otras, reconocieron el poder recibido con aquel hito marcado por la joven escritora. A su vez, la editorial Destino, que otorgaba y editaba el premio, también derribó muros y ganó en libre albedrío con esta decisión.

Carmen Laforet nació en Barcelona en 1921. Contaba dos años cuando la familia se trasladó a la isla de Gran Canaria, donde su padre fue destinado para trabajar como profesor en la Escuela de Peritaje Industrial, de él recogería el gusto por el deporte y el ocio al aire libre. Su madre, maestra que nunca ejerció, falleció a los 33 años, con ella aprendió a amar la literatura.

El padre contrajo nuevas nupcias, matrimonio que no fue bien visto por la burguesía local, lo que influyó en que la nueva esposa se sintiera resentida y amargada, transmitiéndolo a los niños, convirtiéndose en una madrastra peor que la de los cuentos para la adolescente Laforet, quien, para evitar los desencuentros en todo lo posible, aumentó y prolongó sus salidas al mar –nadar era una de sus pasiones–. En adelante tendrá necesidad de apartarse de las situaciones duras con las que se irá encontrando a lo largo de su vida para ir en busca de esa liberación que la estaba esperando, igual que la playa y el mar la aguardaban para entregarle el placer que necesitaba para equilibrar su vida. Pero la libertad le fue a menudo esquiva, como se puede apreciar a poco que se adentre en su trayectoria.

En 1939, recién terminada la guerra, partió hacia Barcelona para iniciar los estudios de Filosofía y Letras. Fue a vivir a casa de su abuela paterna –donde nació y vivió sus dos primeros años–  en busca de la felicidad perdida y de la libertad necesitada. No la encontró porque los estragos de la guerra habían destrozado a muchas familias, entre ellas la suya, y esto es lo que la joven escritora comprendió de manera impactante.

Otro intento de zafarse de la cara absolvente de la realidad social sucedió tras recibir el I Premio Nadal por ‘Nada’. Rehuía las peticiones de comparecencia ante los medios e instituciones porque todo le era demasiado desfigurado. Se sentía extraña en los círculos literarios. En las entrevistas la asediaban con preguntas que nunca hubieran hecho a un escritor. Porque las respuestas de la autora no se ajustaban al canon que se esperaba en ámbitos culturales y mediáticos, decían que no la había escrito ella, que obedecía a la mano y la mente de un hombre. Criticaban su atuendo no al uso, decían que iba desaliñada, les costaba entender que vestía de manera informal, que también en eso era una mujer moderna… Todo aquel asedio fue un órdago demasiado pesado de digerir. Ella quería escribir, y con ello ya se daba bastante, lo demás, todas esas composturas que le reclamaban, tan ajenas a su modo de ser, le venía grande. Su libertad la experimentaba cuando escribía, cuando paseaba, en las relaciones de amistad, y en llevar su vida cotidiana lo más alejada de los focos mediáticos que pudiera, pero tenía un alto coste, a menudo imposible de pagar.

En 1946 se casó con Manuel Cerezales -periodista y crítico literario, quien la animó a presentarse al Nadal-, con quien tuvo tres hijas y dos hijos, a los que crio y cuidó con esmero, pero la relación presentó demasiadas aristas. Una muralla de control fiscalizador de sus textos, por parte de Cerezales, para que no llevaran nada de autobiográfico de su vida en común, agudizó su necesidad de separarse –entonces no había posibilidades de divorcio en España– para poder dedicarse más a la escritura y sufrir menos vigilancia, no resultó ser lo que esperaba, pero cuando esta llegó -tenía 49 años y pocos recursos económicos- no resultó ser lo que esperaba: él se la concedió a cambio de firmar un documento en el que se le prohibía escribir cualquier cosa que tuviera que ver con los años vividos en pareja, un duro golpe que la hizo sentirse más insegura de lo que ya estaba. Situarnos en el contexto que les tocó vivir se hace necesario para entender los diferentes miedos de ambos.

Carmen Laforet tuvo un éxito sin precedentes en una mujer con ese primer libro, donde ponía en evidencia los desastres arrastrados tras la guerra en plena autarquía franquista. Escrita con esa libertad de pensamiento que rebosa en la juventud y con el enorme talento que ella poseía, esta novela llegó a alcanzar fama internacional de manera fulgurante. La representación social de ese declive social, donde el oscurantismo, la violencia machista, el hambre y la miseria que impregnaba la realidad estructuran la historia de ‘Nada’. Aunque esa sórdida situación reflejada no era ajena a muchas vidas en esos años 40, buena parte de su familia se sintió tan especialmente aludida que cortaron las relaciones, lo que también repercutió en su percepción de las consecuencias que deparaba la causa de escribir.

‘Nada’ no ha dejado de reeditarse, nunca se ha descatalogado. Brenan, Azorín, J. R. Jiménez, Delibes y Sender escribieron alabándola en el momento de ser publicada lo que contribuyó a su reconocimiento, permitiéndole viajar por parte de Europa y de USA. Pasó un tiempo en Tánger. En estos lugares vivió periodos gratos y de compañerismo con primeras figuras literarias del momento.

Escribió además las novelas ‘La isla y los demonios’, ‘La mujer nueva’, ‘La insolación’ y ‘Al volver la esquina’ –publicada póstumamente–; ‘Gran Canaria’, guía de viajes; ‘Paralelo 35’, libro de viajes; ‘Artículos literarios’ y ‘Puntos de vista de una mujer’ recopilación de artículos; ‘Puedo contar contigo’ y ‘De corazón y alma’, epistolarios con Ramón, J. Sender y Elena Fortún, respectivamente; y varias novelas cortas y relatos. Conviene recordarlo para acercarnos más a su producción literaria –para conocerla y conocernos mejor–, en la que ella tuvo miedo de no ser tan buena como lo fue con su primera obra, o quien sabe si de serlo y no poder soportarlo.

Su devenir como escritora es indicador de las cuestas que tuvo que subir siendo mujer y queriendo –y temiendo– tener este como oficio. Autodiagnosticada de grafofobia –pánico a escribir– fue callando palabras de escritura y de voz. Murió el 28 de febrero de 2004, contaba 82 años y hacía muchos que había decidido guardar silencio.

 

 

Escribir un comentario