Todas las semanas nuestros lectores y lectoras pueden disfrutar de la sección La mirada de Tete Lucas, donde el célebre fotógrafo local lleva a cabo un análisis de las mejores fotografías que ha realizado de la localidad
Tete Lukas
El uso del esparto (Stipa tenacissima, L.) en el sureste de la Península Ibérica se remonta a la Prehistoria, como así lo demuestran algunos hallazgos arqueológicos que muestran los moldes de cordelería que quedaron en el barro endurecido.
En la antigüedad, fenicios y griegos se fijaron en esta fibra y sus utilidades, dándole un gran uso en la elaboración de cordelería naval -maromas, redes, escalafones, calamentos…- y también en la industria minera, con la elaboración de gorros largos que cubrían la espalda para trasportar sacos, hasta esportones y espuertas recubiertas de resina que permitían transportar líquidos.
Cartagineses y romanos hicieron también gran uso del esparto, siendo denominada esta región, bajo la ocupación romana, como Campus Spartarius o Cartago Spartaria. El propio Plinio el Viejo señalaba: “… el esparto crece en una parte de la provincia Cartaginense, y aún no en toda la región; pero, allí donde crece ,incluso las montañas están cubiertas de él. […] Los campesinos de estas montañas sacan de él sus lechos, su fuego, su iluminación, sus calzados, y los pastores sus vestidos…”; describiendo luego cómo para otros empleos se arrancaba a mano y se secaba en manojos, pasando luego a su maceración y al resto del proceso (Historia Naturalis. Libro XIX).
Durante la Edad Media, y hasta la Edad Moderna, el esparto siguió siendo un recurso autóctono para los pobladores de estas regiones, surgiendo oficios como el de alpargatero, atochero, hilador… La cultura del esparto se transmitía de generación en generación y los campesinos iban al monte a arrancar el esparto y fabricar una gran variedad de enseres con un sinfín de usos: cordelería, esparteñas, cernachos, cestos, leñeras, capachos, botelleras, queseras…
A mediados del siglo XIX surge una fuerte demanda de esparto por parte de las industrias papeleras inglesas, obligadas a buscar nuevas fibras debido a la imposibilidad de importar algodón desde Estados Unidos, que se encontraba inmerso en una guerra civil. Esto generó una creciente mecanización del proceso y empezaron a surgir en Cieza las primeras fábricas de esparto.
Con el nuevo siglo, la industria espartera en Cieza se consolida progresivamente, pero es en los años 40 cuando adquiere su mayor relevancia, convirtiéndose en el mayor centro manufacturero de España con casi medio centenar de fábricas y el 65% de sus obreros dedicados al sector.
En los años 60, con la llegada de las fibras sintéticas, por un lado, y la apuesta por la agricultura tras la llegada del trasvase, la industria de esparto fue desapareciendo y quedando en el olvido.
A pesar de la importancia que ha tenido el esparto en la cultura y el desarrollo Cieza, es muy lamentable que ningún ayuntamiento apostara por la conservación y puesta en valor del patrimonio cultural del esparto.
Debemos dar las gracias a los amigos del Club Atalaya-Ateneo de la Villa de Cieza, quienes, desde los años 80, se encargan de ello, y cuyo incansable trabajo culminó con la inauguración en 2014 del Museo del Esparto con una magnífica exposición de enseres de esparto y herramientas que van desde las más pequeñas y manuales hasta grandes máquinas de la época industrial. Pero su labor no se centra solamente en bienes tangibles, sino también en recuperar la memoria de todos los trabajadores y trabajadoras (niños incluidos) que se dejaron, literalmente, la vida en las fábricas y en el monte trabajando en condiciones miserables para sacar adelante a sus familias.
Además, en el Club Atalaya se llevan a cabo demostraciones de rastrillado tradicional y mecánico; hilado manual, con rueda a cargo de maestros hilaores; exposiciones de obras de esparto; visitas para escolares; y talleres de técnicas tradicionales de trenzado: lia, pleita y guita.
Hasta aquí he realizado un pequeño resumen del pasado y presente del esparto. El futuro es incierto, pero, gracias a Antonio Salmerón, sabemos que las técnicas artesanales de trenzado de esparto seguirán vivas. Posiblemente, sea la única persona de su edad en el pueblo que ha heredado dichas técnicas.
Desde muy joven se interesó por el esparto y de niño ya intentaba recrear los cerñazos que veía en el campo de su abuelo. Consciente de que la única manera de aprender era de los mayores, acudió a maestros como Guillermo ‘el del Madroñal’, Pedro Navarro o ‘Gregorio de Ascoy’, entre otros. De ellos aprendió las técnicas ancestrales que habían llegado hasta nuestros días y que estaban en peligro de desaparecer.
Antonio sabe hacer cernachos, capazos, confines, meloneras, serones, cestos de puntos variados, esteras, alfombras, persianas, botellas, garrafas y calabazas forradas, además de piezas artísticas personales como lámparas, flores y animales.
Se dedica a ello como hobby, pero también vende algunas de sus piezas en mercadillos artesanales y ha realizados diversos cursos y talleres en varias localidades de la Región de Murcia.
Es una persona austera, en el mejor sentido de la palabra. Prueba de ello es que en la época del arranque se le puede ver con su burro portando un serón cargado de esparto. Amante de las tradiciones, lleva una vida tranquila en el campo cuidando de su huerta y sus animales. Todo un ejemplo de las tres palabras con las que suelo acabar esta sección.
Paz, amor y decrecimiento.
Fuente: La memoria del esparto y su industria en Cieza (Murcia). Apuntes sobre la recuperación y puesta en valor de un Patrimonio Inmaterial, Industrial y Paisajístico. Joaquín Martínez Pino y Mª del Pilar Aroca Marín