Basta ya, por María Bernal

Basta ya

Basta ya. Nunca dos palabras han significado tanto en la vida de una persona. Indispensables como el aire que respiramos para poder vivir, porque eso es lo verdaderamente importante, vivir, con uve de “tiene que valer la pena”, no lo olvidemos y recordemos la brillante herencia que nos dejó Pau Donés antes de su marcha: “Vivir el momento. Vivir. Y punto. Porque la vida es un regalazo”. En contraposición, está morir, que es lo contrario a esta oportunidad tan digna y venerada como es la vida que hay que aprovechar con pausa y sin alterar nuestros sentidos a pesar de que otros nos lo exijan.

Dos palabras esenciales para alcanzar esa paz mental a la que tanta resistencia, más consciente que inconsciente, le pone el ser humano. Sí, lean bien: basta ya. Vivimos empeñados en querer complacer a todo el mundo; cuando todo ese mundo se empeña en no agradecer todo lo que se hace por él, cuando todo ese mundo ignora más que reconoce y cuando todo ese mundo solo quiere ser aplaudido sin acuse de recibo que le exija devolver lo que recibe.

Vivimos a un ritmo trepidante porque la inmediatez ha sustituido a la sangre que circula por nuestras venas y arterias, como si Roma se hubiera construido en un día o como si el apasionante libro El Quijote se hubiera escrito en una sola noche. Vivimos sin suministrarnos las dosis de paciencia y relajación extrema que cada ocho horas, como si de un antibiótico prescrito con urgencia se tratara, deberíamos tomar.

Hay que decirlo en voz alta: desde las autoridades y desde nuestro propio intelecto, se ha descuidado por completo la salud mental a merced de una sociedad fraudulenta, hipócrita y palmera por excelencia de las causas insignificantes. Lo preocupante es que la mayoría (porque quiero creer que el sentido común todavía reside en una parte de la población) hiperventila con latido anómalo por leer y creer irremediablemente lo que se publica en un meme, producto de la más absurda necedad y, sin embargo, se muestra pasiva ante lo que verdaderamente importa, pero que no se publica o que tapona los oídos para no escuchar escandalosamente lo que necesitan muchos: ayuda mental.

La era digital ha provocado que muchas personas se hayan convertido en meras intérpretes de lo que ven. Esto puede desembocar en una frustración progresiva y, en consecuencia, en una situación de estrés por querer llegar a ser lo que otros, de manera ficticia en muchos casos, muestran y airean minuto sí, minuto también. Pero no se crean ni la mitad.  Y es que lo viral, si no se gestiona, acaba latigando la psique humana, máxime cuando ahora no somos las personas de antes, tan enteras, tan naturales, tan optimistas a pesar de no tener todo lo que actualmente nos sobra. Y cuando los tiempos deberían haber cambiado para bien, vienen las situaciones de episodios macabros de asfixia emocional y cambian los esquemas.

Se exige y se reivindica constantemente la importancia de invertir en la salud mental, pero no se hace ese ejercicio de autorreflexión previo que nos tiene que convencer de que hay que ponerse en manos de un especialista, de que hay que aprender a tramitar nuestra vida bajo el precepto del caso omiso cuando la mente nos lo grite. Hay que desechar enfados y prejuicios y lidiar para acabar aniquilando toda actitud que suponga que alguien se enfade por el hecho de no haber estado al cien por cien para su satisfacción, porque esto es lo que está más de moda que nunca: “Haz ciento y no hagas una, y es como si no hubieras hecho ninguna.

Lo que sí es capital es saber poner un punto a nuestro ritmo vida, unas veces ese punto será “y seguido”, pero otras tienen que ser “aparte”, con el fin de sentirnos tranquilos consigo mismos, con la única particularidad de estar bien. Ese afán de querer ser tan políticamente correctos, esa capacidad de autocrítica desbordada por querer demostrar a los demás solo nos conduce a una debacle difícil de reconstruir, pero no imposible de provocar si aprendemos a mirar un poco más por nosotros mismos antes de que sea demasiado tarde.

Recuerdo a la consagrada Verónica Forqué y su franco discurso sobre la salud mental que nos dejó antes de morir: “Mi cuerpo y el universo me estaban diciendo: necesitas parar”.  Necesitamos parar de complacer, necesitamos parar de querer demostrar un talante que por naturaleza no tenemos, necesitamos delegar funciones porque no somos imprescindibles y necesitamos que las competencias en salud mental tengan la inversión excesiva e inmediata y no se dilate más en el tiempo, porque el dinero puede tardar en llegar, pero si la ayuda se demora, la mente no reacciona y la muerte no perdona. Cuidémonos desde el minuto uno de nuestra existencia.