Ayudar
Seguimos viviendo en un mundo que todavía queda dividido por distintas diferencias que abarcan desde lo racial, pasan por lo político y llegan hasta la libre condición sexual de todas las personas. Conflictos y más conflictos son los que coexisten en nuestro entorno, ya que pasemos por donde pasemos se respira odio, maldad y un egocentrismo que, como diría el doctor Manuel Sans, se debe trabajar para alcanzar la felicidad máxima ajena a todo prejuicio y a todo agobio que suelen provocar los convencionalismos que no se consiguen erradicar de algunas vidas.
En consonancia con esto, porque es un aspecto que urge, está la importancia de ayudar a los demás a un módico precio de la propia satisfacción personal. En la ayuda no ha de primar el ojo por ojo y diente por diente, sino que esta debe salir del interior y de esa personalidad que se construye a base de preocuparse (aunque sin excesos, por el bien emocional) porque todas las personas que forman parte de tu entorno se sientan bien consigo mismas, pero siguiendo siempre los preceptos de Pitágoras: “Ayuda a tus semejantes a levantar su carga, pero no te consideres obligado a llevársela”.
En un mundo en el que las críticas destructivas afloran más que las constructivas, se vuelve más crucial que nunca por lo que hagamos por nuestra bandera patriótica lleve bordada el verbo ayudar, independientemente de quiénes sean nuestros semejantes.
Lejos de si la acción de ayudar sea o no un acto de bondad, es imprescindible comprobar que la ayuda es un pilar primordial que alimenta el tejido de toda sociedad. Cuando la gente se muestra solidaria se promueve el sentido de comunidad que cada vez más se resquebraja. Si somos capaces de extender la mano, desaparecen las diferencias, será señal de que estamos ejerciendo esa misión tan prodigiosa de alegrar, se inmuniza de esa manera nuestro sistema emocional, se trabaja el ego y se respira en el ambiente una paz equilibrada que nos reconstituye como personas.
Son muchos los estudios que afirman que las personas que participan en todo tipo de actividades de naturaleza altruista manifiestan niveles elevados de satisfacción vital, ya que labramos un sentido de propósito, gestándose así un ciclo virtuoso porque, ¿quién no recibe gratitud y alegría?
Resultará utópico el hecho de que cuando ayudamos, estamos apostando por un mundo mucho más justo y equitativo porque todos hacemos frente a los grandes desafíos como la pobreza y las desigualdades sociales y aunque no esté en nuestras manos la solución, si somos creadores de un entorno más agradable con cambios significativos. Pero no es utopía, es realidad, si nosotros queremos.
Y es que cada esfuerzo, independientemente de su magnitud, es crucial, porque si vamos haciendo una cadena de empeños, podemos conseguir grandes logros, ahora bien, en caso controrio, Sófocles nos decía que el hombre que no ayuda no recibirá nada de los cielos.
En definitiva, ayudar a los demás nos enseña que todos somos imprescindibles a la par, porque en algún momento de nuestra existencia nos vamos a necesitar.
Esto nos debería hacer ser más compasivos y nos debería ayudar a apreciar más lo que tenemos, sea mucho o poco. Ayudar, esa acción que tanto enriquecimiento nos aporta que jamás deberíamos ponerle el precio de actuar a cambio de recibir algo.