Autocensura, según Diego J. García Molina

Autocensura

Vivimos una extraña época, quizá porque estemos en una transición entre el mundo que resultó tras las devastadoras guerras mundiales del siglo XX, continuadas durante la guerra fría, y la situación que viviremos en el futuro, un futuro moderno, evolucionado, tecnológicamente avanzado, autosuficiente energéticamente y libre en todos los sentidos, como no puede ser de otra manera. No obstante, en estos momentos, cada vez vemos más actuaciones que nos llevan en un sentido contrario, en vez de avanzar en libertades estamos involucionando. Por ejemplo, con la censura, la coerción del privilegio de poder expresar ideas con total autonomía está cada vez más implantado en nuestra sociedad y se percibe como algo natural, algo bueno que nos ayuda a protegernos. No se puede estar más equivocado. La libertad de expresión, la posibilidad de confrontar ideas, de combatirlas, es lo que realmente nos protege de la ignorancia y la desinformación. Cuando hablamos de censura, en España es un asunto relativamente reciente; los lectores más veteranos es posible incluso que lo hayan vivido en la dictadura franquista, el resto lo habrán leído, estudiado, o al menos habrán escuchado alguna anécdota, tanto de las liviandades prohibidas como de la imaginación de los autores para esquivar la censura manteniendo intacta su intención inicial. Hoy en día, los tipos de censura no son menos evidentes, aunque si son indirectos. No se permite la prohibición explicita sobre la expresión de ideas (excepto las que se han incluido en el código penal), sin embargo, la presión, intimidación, e influencia de grupos organizados, o simplemente espectadores de un programa, o clientes de una marca, puede dar lugar a, desde el despido o marginación de los implicados, hasta una autocensura que hace que no se traten ciertos temas, o se manejen de una forma superficial para de ese modo no molestar. Otra diferencia es que antes a quienes se soliviantaba era a meapilas o santurrones, y ahora son supuestas personas de mente abierta, auténticos progresistas, gente con estudios y elevados ideales quienes fomentan que solo una versión de la historia pueda ser contada.

Casos de víctimas de este fenómeno encontramos por doquier; por ejemplo, la creadora del mundo de Harry Potter, quién no fue invitada al programa especial de aniversario con todos los protagonistas de las películas, y se convirtió en una paria social por unos comentarios sobre las personas transexuales que difiere de la “versión oficial”. Otra víctima de esta moderna inquisición fue la actriz norteamericana despedida de la serie The Mandalorian Gina Carano; además de expresar su simpatía por el partido republicano (pocos actores o directores se atreven a posicionarse así públicamente, debido a que la mayoría del establishment de Hollywood es demócrata), no hacía más que polemizar en redes sociales, con el peligro que ello conlleva, incluso con uno de los temas tabú, como es la oposición a la vacuna del covid-19. Otro que tuvo un “desliz” en redes sociales y que le costó presentar la gala de los Oscar, incluso después de haber sido confirmado como tal oficialmente, fue el actor afroamericano Kevin Hart, quien tuvo la osadía, siendo cómico, de contar un chiste acerca de uno de los colectivos sobre los que no se puede gastar bromas. Aunque la anécdota de este tipo más significativa, en mi opinión, fue cuando se le suspendió la cuenta de Twitter, la red social más utilizada sobre todo en política, al mismísimo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, mientras otros líderes mundiales, algunos de ellos dictadores que torturan u oprimen a su propio pueblo pueden tuitear barbaridades sin problema alguno.

En el caso de este periódico jamás he recibido una sola palabra de crítica con respecto al contenido de los artículos enviados, la libertad ha sido total; aunque si es cierto que en ocasiones la autocensura funciona y no te posicionas en algún tema concreto. No obstante, es responsabilidad de la editorial controlar los contenidos publicados. Puede parecer un asunto baladí, mas, un periódico se nutre de los ingresos por publicidad principalmente. Miren las cadenas de televisión privadas, como fueron regadas con millones de dinero público al inicio de la pandemia para asegurar las críticas solo favorables. Y el servilismo ha continuado, supongo que esperando nuevas inyecciones millonarias aparte de la publicidad institucional. Según el periódico El País, nada sospechoso de mentir en estas cuestiones, en el decreto covid de marzo de 2020 se aprobaron 15 millones de euros para las privadas (de forma excepcional) y en julio de ese mismo año otros 10 millones de euros como compensación por liberar una porción de la banda de transmisión digital. A pesar de acumular más de 300 millones de euros de beneficio neto entre Mediaset y A3 Media. Y son conocidos los casos de llamadas de políticos a cadenas quejándose del comportamiento de algún periodista molesto o algún programa donde se ha colado alguna crítica. El ansia de censura no termina ahí, otro de los temas sobre los que no se puede debatir con datos objetivos es el cambio climático. Hace unos días, Angels Barceló pontificaba sobre ello en su programa de la cadena SER y publicaba un tuit con el siguiente texto: “El cambio climático nos está matando. Y si hay alguien que no lo quiere ver y niega la evidencia, debería estar excluido de la conversación y del debate público». En fin, la pulsión autoritaria y censora es manifiesta, más claro no se puede decir. En todo caso, tal vez sean los últimos estertores de esta manera de informar. Los jóvenes apenas ven ya la televisión convencional y mucho menos escuchan la radio. Dentro de unos años la comunicación informativa tal y como la conocemos será historia.