Aroca, exjefe de la Policía Local Cieza, por José Antonio Vergara Parra

Aroca

Mi periplo de regidor ciezano fue lacónico pero extraordinariamente intenso. Salpicado de hechos muy dolorosos que, aún hoy, duele recordarlos. Hoy no toca desempolvar las hieles aunque sí las mieles.

Durante aquellos 15 meses tuve la fortuna de conocer a personas extraordinarias y hoy quisiera hablarles de una de ellas. Han transcurrido 26 años y mi respeto por quien fuera Jefe de la Policía Local, Don Antonio Aroca, no sólo sigue intacto sino que la perspectiva serena que dispensa el paso de los años, ha enaltecido todavía más mi consideración hacia su persona.

Tras la celebración de las elecciones  municipales, el escrutinio y la proclamación de las actas por parte de la Junta Electoral de Zona, y hasta la celebración del Pleno en el que los concejales juran o prometen el cargo y se procede a la elección del alcalde o alcaldesa, media un periodo de interinidad en el que la administración saliente únicamente despacha asuntos de mero trámite. Durante esos días, recibí muchos consejos que, naturalmente, agradecí. Hubo dos personas de elevada posición y de esferas bien distintas, cuyas identidades no revelaré, que coincidieron en la siguiente recomendación: José Antonio; habrás de tomar algunas decisiones. Si aceptas un consejo, mantén a Aroca como jefe de policía”. No recuerdo exactamente las palabras de ambos que, como es natural, diferían en la forma pero la cita entrecomillada responde con fidelidad a la opinión de ambos. Si diré que estas dos personas, por razón de sus responsabilidades, conocían muy bien el trabajo de Antonio.

Así lo hice y hubo de transcurrir apenas unos días desde mi toma de posesión para comprender la certeza de aquellas bienintencionadas y cotejadas sugerencias. Nada descubriré si afirmo que Antonio Aroca ha sido un policía ejemplar, dotado de mucho sentido común y capaz de amortiguar situaciones complicadas con su templanza y autoridad. En efecto, era el jefe de la Policía Local y el ejercicio de la autoridad iba en el cargo. Pero hay muchas formas de ejercerla (la autoridad) y sólo una de elevarla a su categoría más excelsa: la “auctoritas”. Antonio presentaba unas credenciales éticas, talentosas y periciales por las que sus subordinados, también compañeros, veían en él a mucho más que un jefe. Por su dilatada y recta trayectoria en el cuerpo, se granjeó una autoridad moral que va mucho más allá de los distintivos o emblemas cosidos en su chaqueta.  Una personalidad carismática y la auctoritas no se alcanzan por un decreto de la alcaldía ni por haberse encaramado en lo más alto de un concurso-oposición. En absoluto. Hace falta toda una vida de líneas rectas y consciencia limpia para convertirse en un ejemplo para todos.

Yo me fui y quienes se quedaron no debieron ver las cosas como yo las veía. En su derecho estaban. Antonio Aroca, de cuya fidelidad al cargo y a sus obligaciones puedo dar fe, dejó de ser jefe de policía. Dicen que Dios escribe recto con renglones torcidos. Y debe ser cierto porque me consta que Antonio vive consagrado al cuidado de su esposa. Tal vez, aún sin pretenderlo, le hicieron un gran favor porque perdió para ganar. Ganó lealtad con quien debía tenerla, ganó su sentido del deber, ganó su rectitud y buen hacer, ganó muchas cosas que nadie, jamás, podrá arrebatarle. Antonio Aroca ha sido, posiblemente, el mejor jefe de Policía de Cieza, al menos hasta donde alcanza la memoria. Para mí fue un honor haberle conocido y haber disfrutado de su ayuda, profesionalidad y bonhomía.

No sé si estas letras llegarán a Antonio. De ser así, tal vez te preguntes por qué ahora, casi 30 años después. No lo sé, Antonio, pero has de saber que me acuerdo de ti muchos días y que, antes de que algún revés traicionero pudiera enmudecer mi boca o quebrar mi pluma, es urgente decir aquello que se lleva muy adentro. El silencio no es siempre la mejor opción y las palabras, cuando salen del corazón y son verdad, no hay viento que pueda con ellas. Se quedan a vivir entre nosotros.

Que Dios te bendiga y que la vida te sonría, Antonio.

 

 

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