Arma peligrosa, por María Bernal

Arma peligrosa

La oleada de violencia en este país no parece dejar títere con cabeza. Estamos llegando a la coyuntura del covid; no se va a librar ni Dios. Quizás suene despiadado, pero si hay una mayor obviedad, esa es la de insultar, malmeter y agredir como un estilo de vida más que normalizado.

Como ciudadana me indigno lo justo ante los titulares de los medios de comunicación cuando nos impresionan con atrocidades como la sucedida, por ejemplo, en Molina de Segura hace un mes donde un joven le troceó literalmente la mano a otro con un machete.

Y mi sorpresa disminuye como docente, cuando día tras día asisto a espectáculos gratuitos de lucha libre por los pasillos o en las aulas del instituto en los que los alumnos se hinchan a puñetazos y a empujones  para después finalizar el juego abrazados y diciéndome que están de broma.

¿Insólito? Para nada. Son sus juegos y sus bromas, como ellos aseguran, bromas en las que los insultos, las referencias a los muertos de sus familias, así como todo tipo de ultraje afloran minuto sí, minuto también.

Y a esto se añade la circunstancia de que tienes que ir por los pasillos esquivando empujones y tortazos, además de tener que parar mil veces la clase para poner orden. Y lo peor de todo es que para ellos no existe el límite porque al final, muy en contra de lo que nos quieren mostrar, hay enfados y discusiones que no suelen llegar a buen puerto, situaciones tensas contra las que tenemos que lidiar, ya que ahora si no sabes mediar, estás perdido.

Llevamos quince días, por no tirar más de hemeroteca, en los que la sangre ha llegado al río en muchos sucesos: la joven de Totana, presuntamente asesinada por su pareja; el menor parricida de Elche, para el que me ahorro la presunción de inocencia porque se ha declarado autor confeso; y sin irnos más lejos, el pasado martes un menor de 13 años le asestó tres puñaladas a un profesor en un centro educativo de Murcia. Lean bien, puñaladas; lean bien, trece años. Ni las cárceles de Guantánamo tienen que ver con lo que se está forjando en algunos contextos de la sociedad.

Y desde la ignorancia le echamos la culpa a las leyes, antes de asumir que falla la educación, demasiado progresista, permisiva y sumisa. No me cabe en la cabeza que los padres y madres, que ahora están educando a sus hijos y que tanto les permiten y justifican, sean los mismos a los que hace veinte años, se les dio una educación que supera con creces a la de ahora, que llega a ser casi inexistente.

Pero siempre está el listo de turno que te dice “acuérdate de que nosotros éramos iguales” y considera que no hay que darle importancia a lo que estoy contando. Pero no recuerdo llevar navajas a clase, tampoco insultar a mis profesores y mucho menos hacer espectáculo a través de la violencia. ¿El motivo? Éramos muchos los que teníamos la educación de la que ahora la mayoría carece; éramos muchos a los que nos cruzaban la cara si se nos ocurría respirar más de la cuenta ante profesor. Esos eran nuestros padres y a día de hoy, seguimos vivos.

Pero claro, la palabra trauma es la favorita de muchos pedagogos y psicólogos y mientras se aboga por una educación basada en el consenso, como si de un partido político se tratara, hay un dato objetivo que para nada admite cualquier otra posible interpretación: la mayor parte de los niños de ahora están muy mal educados. Y a las más que incuestionables pruebas me remito: no dan palo al agua, van a la ley del mínimo esfuerzo, vacilan a todo quisque, exigen derechos e incumplen deberes y si sales ilesa de alguna agresión, encima parece que tienes que darles las gracias.

Son intocables aunque ellos a ti en clase te lancen un estuche o un CD, te griten, te boicoteen la sesión o simplemente te apuñalen; lo que viene siendo bullying al profesorado. Pero tenemos que predicar con el ejemplo y hacer caso omiso a ese vapuleo constante, porque de denunciar esto, estaríamos exagerando.

Y esta es la triste realidad que no parece importarle a esos padres aparcahijos, que desde el principio no han sabido ponerles los puntos sobre las íes a estos niñatos que se creen los reyes por ser menores, y que cuando alcanzan la mayoría de edad ya se han labrado un camino que acaba conduciéndolos hacia un escenario donde la violencia es el arma peligrosa que utilizan para buscar su futuro. Triste, pero cada vez más real. Ojalá me equivoque, porque después de todo, hay jóvenes que son demasiado bonicos por dentro y por fuera.

 

 

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