Apreciar el arte, por Diego J. García Molina

Apreciar el arte

Keanu Reeves es un actor que me encanta desde hace años. A pesar de comenzar su carrera muy joven, en sus inicios se menospreciaba su calidad artística. La verdad es que al final no ha habido más remedio que rendirse a su buen hacer antes las cámaras debido a la profesionalidad y compromiso mostrado con el oficio. En ocasiones no es necesario tener un variado repertorio de gestos ni ser un actor del método para llegar a ser una estrella; una buena planta, carisma, y trabajo duro es suficiente para obtener el reconocimiento de la crítica y conseguir un personaje logrado conocido por todos los aficionados al cine. Su primer personaje de éxito fue Johnny Utah (en Le llamaban Bodhi), compartiendo pantalla con el fallecido Patrick Swayze; actuó a las órdenes de Francis Ford Coppola en Drácula de Bram Stoker, junto a su pareja en aquel momento Winona Ryder; y poco después llegó su primer pelotazo con Speed. Sin embargo, si hay un personaje icónico por el que es conocido Keanu y que le proporcionó fama mundial ese es Neo, el protagonista de Matrix. Menuda revolución, a todos los niveles, supusieron aquellas películas dirigidas por las hermanas Wachowsky, en aquel momento hermanos Wachowsky.

A partir de ahí continuó su carrera protagonizando diferentes producciones con altibajos, sin pena ni gloria, hasta que casi 10 años después de la tercera película de la saga Matrix le llegó otro personaje que se ha convertido en poco tiempo en el nuevo antihéroe favorito de muchos cinéfilos, John Wick. Tanto éxito tuvo que se han rodado dos películas más, siendo la escena final de la tercera entrega pura historia viva del cine, con una imagen fantástica que hace las delicias, por decirlo suavemente, de los aficionados al género. De hecho, es un desenlace inconcluso que abría la puerta a una cuarta entrega de la serie, la cual se estrenará en mayo del año próximo. Teniendo en cuenta que la cuarta película de Matrix, Resurrection, se estrena esta Navidad, es seguro que se acerca un año memorable para Keanu, y bien merecido. El único que se me ocurre que tenga en su haber unos personajes tan icónicos, aunque a una escala muy superior, es Harrison Ford, con Indiana Jones, Han Solo y Rick Deckard (Blade Runner).

La verdad que este actor me cae muy bien, no sé a ciencia cierta por qué, y además, con el que me identifico bastante por motivos que no vienen al caso. Ciertamente no conozco su vida privada, ni me interesa, aunque tengo entendido que es una persona estupenda, tiene una banda de rock, amigo de sus amigos (como no), etc. No obstante, ¿qué pasaría si no fuera así? ¿Y si mañana se descubre un diario secreto donde confiesa que tortura gatitos, vota a Trump y es un asesino en serie sin identificar? ¿Deberíamos borrar todas las películas en las que intervino y lanzar una especie de moderna damnatio memoriae para que no aparezca ni en las búsquedas de Google? Probablemente costaría recomendar una película suya y por supuesto no sería ya el actor preferido de nadie, excepto algún perturbado. Pero acabar con toda su obra sería algo injusto; también porque hay otros muchos artistas involucrados en dicha obra.

En la sociedad actual, ya sea por un nuevo puritanismo imperante o por echar de menos la moralina religiosa, se está llegando a unas cotas de intransigencia y fanatismo que desborda la imaginación de los más pesimistas videntes. ¿Se imaginan liquidar la obra musical de Ludwig Van porque nos enteremos ahora de alguna tacha o imperfección a nuestros modernos ojos, justificada o no? En Canadá se han quemado tebeos de Tintín o Astérix por ser desconsiderados con los nativos. Quizá sea motivado por el sentimiento de culpa de este país por el maltrato que hasta hace pocos años aplicaron a sus habitantes primigenios; no obstante, la obra de Hergé o Goscinny/Uderzo no tiene la culpa. Hoy día se están derribando estatuas y monumentos dedicados a personalidades de hace siglos por juzgar su comportamiento en base a estándares de la actualidad. ¿Qué sentido tiene eso? ¿En qué nos diferencia de los integristas religiosos musulmanes que destruyeron a bombazos los Budas de Bamiyán? Recordemos hace un par de años como el cómico y actor Kevin Hart se vio obligado a renunciar a presentar la gala de los Oscar debido a la presión ejercida sobre él por unos chistes con homosexuales años atrás. Por unos chistes. O como muchos otros compañeros de profesión no pueden declarar sus inclinaciones políticas por temor a no volver a trabajar. Pregúntense cuántos actores declaran su preferencia por cada opción política en nuestro país.

El arte es arte, señoras y señores, y debe ser apreciado en su justa medida, y no debido al sexo, a las inclinaciones políticas, el color de la piel, la religión, o el país de origen del autor. Ningún favor nos hacen las discriminaciones, ya sean positivas o negativas, una mala obra es complicado de disimular, y las magníficas, atraviesan cualquier barrera e impedimento hasta alcanzar su lugar correspondiente. Por cierto, como muestra, la polémica hipócrita que ha provocado el conocer que la autora Camen Mola, es en realidad un trío de hombretones que utilizaban este seudónimo para editar sus obras. Como ha cambiado la historia, de ser las mujeres las que tuvieran que ocultarse tras un nombre masculino para poder publicar y/o tener éxito a que sean los hombres quienes adquieran esta costumbre para poder alcanzar el reconocimiento. Más ridícula ha quedado la actitud de una librería supuestamente feminista la cual, tras conocer los hechos, ha retirado de su catálogo los libros de Carmen Mola (solo les ha faltado quemarlos). ¿Ha dejado de gustarle la historia que se relata? Me pregunto si un libro es feminista por su contenido, por su mensaje, por su fondo, o solamente porque ha sido escrito por una mujer. Otro misterio sin respuesta.

 

 

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