Aperitivista, por José Antonio Vergara Parra

Aperitivista*

*Dícese de aquella ciencia  humano-filosófica-experimental

de quien, en torno a la hora sexta de cada día,

se estremece ante un  tomatico rizao de El Fatego, olivicas del pueblo y

capellanes asaícos y, para desatascar el gaznate de semejante manjar,

sorbe generosamente escarchada cerveza.

Y, así, entre comienda y bebienda, este mundo desquiciado

adquiere una perspectiva engañosa pero llevadera para el alma.

Dicen unos que la duda ayuda al magisterio. Dicen otros que las ideas y convicciones han de ser rocosas e inamovibles. No sé quién tiene razón y tampoco me importa lo más mínimo.

Lo que sí creo es que las circunstancias forjan caracteres. Digo más. Determinados avatares, que nada tienen que ver con la voluntad de los damnificados, cierran el paso a la dignidad, cuando no a la propia vida, de millones de semejantes. A miles de kilómetros o a la vuelta de la esquina viven sufrimientos que tornan en grotescas nuestras acomodados catecismos.

Les hablaré de personas, sentimientos y actitudes que, a la postre, son las que de un tronco podrido extraen esplendor o desaliño. El escoplo y las manos limpias mandan en la talla.

La ciencia política germinó en  la Antigua Grecia. Platón, en su obra La República, propone una especie de élite como forma de gobierno. Entiéndase por élite a los filósofos-reyes que, tras haber accedido al mundo de las ideas y huérfanos de ambición alguna, estarían en disposición de  adoptar decisiones sabias y justas. Aristóteles se estiró un poco más pero sin mucho entusiasmo  pues, tras justificar la esclavitud y la supremacía del hombre sobre la mujer, propuso la aristocracia ilustrada como forma de gobierno. Aunque aquella, de descarriarse, tornaría a oligarquía viciada y, por tanto, proscrita.

Nunca fui mitómano pues la verdadera Historia la escribieron, con sangre, sudor y lágrimas, los olvidados por los libros. Además de los vencedores, la Historia la dictan los cortesanos, los vasallos y los bufones de cada tiempo; también los tiralevitas y zalameros. Sea como fuere, la Historia del Hombre es una sucesión de vilezas e inmundicias truncadas por fugaces momentos de esperanza. El Verbo del Hijo del Carpintero, sólo su Verbo, vino a poner orden en este caos. A intentarlo, al menos, pues ya se encargaría el hombre de prostituir la PALABRA en beneficio de fines disparatados, unos, y miserables, otros.

Y desde esta certidumbre, miro el mundo. Con torpeza aunque con recta intención. Ninguna realidad debería sortear el tamiz de la palabra del Nazareno. Tampoco la política. Ni pido ni espero santidad alguna en los políticos pues sería tanto como pedírsela a uno mismo. Un exceso injustificable. Pero la política, por incidir muy directamente en las vidas de los ciudadanos y por erigirse en un modelo para lo bueno o para lo malo, precisa una catarsis perentoria.

Un hombre sabio, muy sabio, compartió la siguiente reflexión conmigo:

-Vergara, me dijo. La gente anda desnortada. Se afanan por pertenecer a algún bando. Unos dicen ser de izquierdas, otros de derechas; del Madrid o del Barcelona. Hay quienes dicen ser católicos; otros ateos, y así en casi todo. Verás, amigo Vergara. Todas esas categorías carecen de valor y son perniciosas.

-¿Y cómo se definiría usted?

-Amigo Vergara, ante todo y por encima de todo soy aperitivista.

Una elección (la de aperitivista) que, de ninguna manera, debía quedar reducida a una mera demostración de ingenio y fino gracejo que, por descontado, los tenía a raudales. Aquella fue la confesión de un hombre ilustrado que había visto y vivido lo suficiente como para trivializar desde el rigor. No atisben oxímoron alguno en esto último pues nada mejor que brindar por la vida desde una militante rectitud ética.

Mil veces he soñado una barraca en la huerta, apañada y suficiente, con vigas de madera y baldosas de barro. Por mesa un tonel y por sillas las de anea. Y en sus afueras, naranjos y limoneros entreverados de algún olivo y de una higuera.  Y una generosa mesa de mármol blanco con patas de hierro al amparo de una parra. Por compañía, Mariano el sindicalista, de los de verdad que no de atrezzo.  Y Bartolo que a dos Ciezas pertenece,  a la de arriba y a la aquí abajo. Que se ha hecho bombero pues, tras salvarse a sí mismo, quiere hacer otro tanto con el resto del mundo. No podría faltar Javier que es Bueno por apellido y, ante todo, por derecho. Un ser del renacimiento atrapado en este tiempo, de corazón zurdo y compromiso recto. Y para inmortalizar el encuentro, ¿quién mejor que mi Juaniko, ácrata y libertario, que no obstante o quizá por ello siempre me saca guapo?  Donde hubiere buena compañía lo humilde sería sobrado. Y hasta obligatorio habría de ser lo simple y apañado. Mas la sombra y la parra, y yo mismo, huérfanos seríamos de faltar mis amigos del alma, que así les considero aunque escaseare el encuentro.  Miguel y Antonio y Diego y Juan y Javier. Necesaria polisíndeton pues no sobra conjunción copulativa alguna. No sé por qué, sin pretenderlo, me voy con la poética y abandono la prosa. Debe ser por lo que dijo Carmen Conde; que “la poesía es el sentimiento que le sobra al corazón y te sale por la mano.”

Un pastel sin guinda es como una noche sin estrellas: desaborío. Entre las sillas de anea habría un sillón para la presidencia de honor que la ostentaría mi querido y admirado Pingüi. Persona a quien he frecuentado poco pero lo suficiente como para saber que es un ser excepcional henchido de luz, bondad y alegría. Nadie como él para ligar a esta camada de rojos,  azules y algún rojinegro que yo me sé. Culés, colchoneros y merengues, católicos, místicos y descreídos pues de todo hay en la viña del Señor. Y así, mientras los rayos de un sol primaveral se cuelan por entre los sarmientos de la parra, mientras las buenas entrañas señorean sobre nuestras diferencias, mientras las distancias cortas alejan nuestros prejuicios, mientras las crónicas de Pingüi desatan nuestra risa, mientras lo dispar mitiga nuestra ceguera, mientras esto y otras cosas buenas suceden, recordaré las palabras de aquel hombre sabio que vio en el aperitivo una sabrosa manera de parar el mundo para bajarse, aunque sólo fuere por un ratico. Y si esto quisiere para mí, ¿qué no deseare para el pueblo de España?

Lo de Platón y Aristóteles estuvo bien para su tiempo y aún mejor la posterior conquista del voto universal, libre, directo y secreto. Más que nada para que esa supuesta excelencia intelectual, carente de codicia alguna,  fuese elegida por el pueblo. Un pequeño detalle sin importancia, si se me permite el sarcasmo.

Positivizada la democracia, nunca han faltado enemigos de la misma. Criaturicas macarrónicas y grotescas, posiblemente en nómina del diablo,  que juegan a ser Dios con los dados marcados. Bastará con desorientar, timar y enfrentar a los votantes y comprar a los votados. Y si la plata nada importase a estos últimos, ya proveerán lo necesario para acabar con ellos. Tienen poder, mucho poder y lo usan para el mal. Para masacrar a pueblos inocentes, para esquilmar sus recursos naturales, para pegar tiros mientras las almas se despegan de los cuerpos. Para ensanchar fronteras sobre cementerios improvisados. Para conquistar el espacio y desatender la Tierra.  Para involucrarse donde hubiere riquezas y ausentarse por donde la pobreza.

Yo, que soy del mejor José Antonio y también de Federico; yo, que soy español y, por ende, mestizo; que en la polis soy ambidiestro y daltónico en lo humano, sabio de nada y aprendiz de todo, he soñado esa barraca y también ese escenario.  Donde ríe la vida mientras llora la cizaña. Sólo ansío respeto, el mismo que yo os profeso pues de no haberlo, la amistad, el amor y toda relación humana tendría los días contados.  Y por lo que más queramos, que son nuestros nietos y también los hijos, usemos la democracia para lo que en verdad fue pensada; para ejercer el mayor poder, el del pueblo soberano. Siguiendo al sabio porteño, recordemos que el olvido es la única venganza y el único perdón. Desconfiemos siempre de quien remueve las entrañas ajenas para ganancia propia. Votemos al honrado, del color que fuere, como advirtiera quien fue sabio y justo; Don Julio. La palabra pronunciada y la vida vivida han de ser una sola cosa, sin doblez ni fingimiento. Decantémonos por el que duda porque dará una oportunidad a la sabiduría. Amigos míos, levantemos nuestros vasos y brindemos por la vida. Que todos somos hijos de un mismo Dios aunque al diablo le joda.