Urgentes y humanitarias
No sé cómo habrá quedado finalmente la cosa. Primero leí que la Diócesis de Cartagena cargaba contra Vox y PP por su «discurso plagado de calumnias» contra los inmigrantes. Luego que la Delegación de Migraciones del Obispado llamaba a rechazar la premisa de que las acciones de ayuda humanitaria producen un efecto llamada. En fin, decían, que todos estos “discursos de odio» parecen ir encaminados «únicamente a exacerbar el miedo y el racismo más cruel».
No me sorprendió ese grito de indignación y esa llamada a la solidaridad. Al fin y al cabo, son muchos los que piensan que es ése el verdadero espíritu cristiano, por no decir simplemente humanitario. No el discurso de Antelo, ex vicepresidente regional, que la propia diócesis califica de «grotesca arenga carente de humanidad, empatía, compasión y veracidad»
Decía que no sé en qué ha quedado el asunto porque poco después vinieron ciertas matizaciones del obispo Lorca Planes -¡debió de caerle la del pulpo, me imagino!- algo más políticamente correctas. En lugar de señalar a personas o instituciones como causantes de este problema, se diluye la responsabilidad en “todos los ciudadanos y en todas las instituciones”.
En cualquier caso, justo es reconocer la valentía social que se aprecia en aquellas primeras declaraciones. No hay más que ver las reacciones instintivas de quienes se sintieron señalados. En cuanto al segundo manifiesto, quedémonos con su parte más “conciliadora”. Vale que no queramos buscar culpables, pero busquemos y propongamos, al menos, soluciones. Soluciones urgentes y humanitarias.
Buscas y walkie-talkies
En mi viaje a Palestina, hace ahora cuatro años, coincidí en el avión con un joven libanés. Simpático y locuaz, entabló pronto conversación, abordando con cautela temas triviales. Quince días antes habían asesinado al primer ministro de su país, Rafik Hariri, en un atentado con coche bomba en el que murieron 22 personas y hubo más de 200 heridos. Como vi que tenía ganas de hablar y me pareció desde un primer momento sobradamente formado, no dudé en entrar de lleno en cuestiones más delicadas. Me interesaba conocer, claro está, su opinión sobre la convulsa situación política de su país. No la esquivó. Es más, me reveló que formaba parte de una “poderosa” e influyente familia afincada en Beirut que participaba, según la correlación de fuerzas en cada momento, de la alternancia política en el país. Desde que era un crío, por lo tanto, lo habían enviado a estudiar a distintas universidades europeas con el fin de formarse y conocer mundo, pues estaba destinado a asumir futuras responsabilidades políticas. “¿De qué tipo?, quise saber. “Ministeriales, espero”, me contestó.
No sé desde entonces qué habrá sido de su vida. Tampoco, claro está, si como en la época de nuestra Restauración, le habrá llegado el turno de gobernar. Sí me ha venido, en cambio, a la memoria el recuerdo vago de su rostro amable y sonriente, cuando me enteré de que habían explotado simultáneamente miles de buscas y walkie- talkies en el Líbano accionados por el Mosad.
Será tal vez porque, aunque estén lejos, conviene ponerles rostros a las guerras.
El gato venezolano
Adelanto que el próximo mes de octubre, en que se conmemora el centenario de la publicación del Manifiesto del surrealismo, pienso dedicarle a este movimiento artístico esta columnilla. Pero el surrealismo, como podemos comprobar un día tras otro, no es solo una cuestión de vanguardias, arte o literatura. También es, y sobre todo, cosa de cierta política. De hecho, si no fuera por la gravedad del asunto, por la delicada y convulsa situación política que vive Venezuela, no dudaría en calificar sus efectos colaterales en la política española como dignos de este movimiento. Me explico. Tras las elecciones en el país sudamericano, un airado Feijóo -¿alguien lo ve de verdad como un político con talla de estadista?- acusa al gobierno español de colaborar con los bolivarianos en un supuesto golpe de estado para mantenerse en el poder. Vale, si así lo cree él…Aunque a su vez y al mismo tiempo, un encolerizado Maduro también acusa a ese mismo gobierno español de colaborar con la oposición en otro supuesto golpe de estado contra “el gobierno legítimo” de Venezuela. Convendrán conmigo que ambas cosas son difícilmente compatibles.
Lo cierto es que esta maraña surrealista me recuerda la inalcanzable, para mí, paradoja del gato de Schrödinger. Una paradoja de la física cuántica según la cual un gato que se encuentre dentro de una caja cerrada puede estar simultáneamente vivo y muerto, debido a la superposición de estados, mientras que no se observe.
¡Simultáneamente vivo y muerto! ¡Simultáneamente apoyando el golpe de estado de cada uno de los dos bandos enfrentados! Surrealista, ¿verdad?