Antonio Balsalobre y su remesa de articulillos independientes

Casas arrodilladas

Abres los ojos y ves que está amaneciendo, que tras la noche el sol ha vuelto a salir. Enciendes la luz y se ilumina la estancia. De la alcachofa de la ducha mana un agua caliente que higieniza y reconforta. Al abrir la puerta del frigo o del armario de la cocina, damos por hecho que encontraremos la leche, el azúcar, el café, el pan o el aceite con que nos desayunaremos. En la alcoba nos aguardan finalmente unos pantalones, una camisa, una chaqueta, generalmente limpios, que además de abrigarnos nos personalizan. Y salimos a la calle. Al trabajo que aliena y libera. Ambas cosas, no nos engañemos. Llega un día, sin embargo, en que inesperadamente, como en el poema de Octavio Paz, suenan las alarmas, se oyen gritos, el huracán de los motores, y lo que queda a nuestro alrededor son “casas arrodilladas en el polvo, torres hendidas, frentes esculpidas…”. E intentas encender la luz pero la estancia ya no se ilumina. Es la guerra.

Patio

¡Vaya con Piqué, y Rubiales y Luceño y Medina y el hermano de la Ayuso! Comisionistas titulados todos ellos, al parecer, de los nuevos patios de Monipodio que se van creando en torno al siempre viejo y nuevo negocio del falso emprendimiento. Sabíamos que la Supercopa de España se trasladaba a Arabia Saudí por la pasta (40 millones de euros a repartir y no a partes iguales) o que la compra de material sanitario durante lo peor de la pandemia se había convertido en un negocio suculento para algunos con la anuencia de ciertos personajes políticos. Ahora conocemos algunos de los entresijos de ese mercantilismo codicioso y cutre a la vez. Piqué, por ejemplo, planteando a Rubiales la mediación de Juan Carlos; los otros comisionistas alegando que querían echarle una mano a la Comunidad de Madrid. Mientras tanto, los millones de euros de la rapiña se iban contando en ese patio por “palos”.

País fracturado

La joven Brigitte lleva cinco años combatiendo las políticas de Macron desde el seno de un sindicato de estudiantes. El domingo pasado, tras haber apoyado al “insumiso” de izquierdas Mélenchon en la primera vuelta, votó por él. Lo hizo sin dudar. Porque entre un demócrata y una candidata de extrema derecha como Le Pen que representa un peligro para la democracia hay un abismo. Como Brigitte, son muchos los que desde la izquierda, el ecologismo o la derecha republicana han votado, a su pesar, al “arrogante y sobrado” Macron, quien con el apoyo de unos y otros (58,8% de los sufragios) ha sido finalmente reelegido presidente. El 41,2% restante ha ido a parar a Le Pen. En total, trece millones de votos, que más que una adhesión ideológica están expresando una rabia, un profundo malestar. El país está fracturado y solo podrá reconstruirse, según la alcaldesa de París Anne Hidalgo, “a través de la justicia social”. Tomemos nota.

Espionaje

El ‘caso Pegasus’ coincide con mi creciente interés, sobre todo después de mi visita a Berlín (la llamada ‘ciudad de los espías’) el mes pasado, por el mundo de la  contrainteligencia. He revisitado desde entonces alguna novela como El espía que surgió del frío, visto algunas series en Filmin del tipo Espías de Cambridge o vuelto a disfrutar, entre otras películas, de la cinta de Spielberg El puente de los espías. Independientemente de su maldad o bondad intrínseca, el mundo del espionaje tiene un punto de heroísmo y de transgresión que le viene como anillo al dedo a la ficción, y que a mí me fascina. Reconoce nuestro CNI estos días que espió a líderes independentistas, pero se justifica diciendo que lo hizo de manera individualizada, no indiscriminada y siempre bajo control judicial. Sí ha sido así, debemos felicitarnos porque esa forma de proceder es buena para nuestra democracia, aunque se resienta la literatura.

 

 

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