¡Viva la aventura!
Para un escribidor como yo, sentarse a firmar en cualquier feria del libro es siempre una aventura incierta. Como la vida misma, si se me permite el tópico. Bien mirado, no deja de ser una exhibición en un escaparate callejero en el que no se sabe muy bien si la mercancía expuesta eres tú o tus libros. Tal vez ambos. Sosegadamente, los viandantes van caminando, muchos de ellos circunspectos, mientras miran de reojo los volúmenes expuestos, generalmente de atractivas portadas y sugerentes títulos. Algunos levantan la mirada buscando identificar el libro con el autor y siguen su camino. Otros -otras, sobre todo, la literatura y la lectura son cada vez más cosa de mujeres- se paran, lo cogen en sus manos y lo giran, como buscando alguna pista en la contraportada que los oriente. Entonces, uno se pregunta: «¿lo abrirá o no lo abrirá? Es el momento crucial. Ocurre unas veces que el potencial lector lo vuelve a depositar con delicadeza sobre el mostrador y se marcha; y otras en que, de repente, empieza a hojearlo, pasando páginas con la ayuda de su dedo pulgar, deteniéndose en algún inicio de frase que le llama la atención. Ese instante mágico, y la charla posterior, créanme, independientemente de lo que suceda después, justifica mi presencia en esa aventura incierta.
El sábado pasado volví a vivir esa odisea. Fue en la Feria del Libro de Murcia, presentando mi última novela Cieça. 1477. La sombra del rayo, publicada por Alfaqueque Ediciones. Y ahora vamos a por la de Cartagena. ¡Viva la aventura!
El caso Miguel Hernández
Hay que ver cómo se le atragantan al PP ciertos temas. El de la petición de nulidad del juicio al poeta Miguel Hernández, sin ir más lejos, es uno de ellos. Votó primero que no en el Ayuntamiento de Elche (cuyo aeropuerto lleva su nombre, por cierto). Pero le cayó la del pulpo y al final se vio obligado a rectificar. Absteniéndose, que votar que sí era mucho pedir. Lo suficiente para que al final haya salido adelante la moción que intenta reparar una injusticia histórica. La que sufrió uno de nuestros mejores poetas (de la tierra, además) a manos del franquismo. ¡Cómo le duele a gran parte de ellos cuestionar, no digo ya condenar, cualquier acto de la dictadura, por muy ultrajante que fuera! Si les aprietan, se lavan las manos, como Pilatos, pero de ahí no pasan. Vox, en cambio, no tiene ningún reparo en identificarse con aquel régimen dictatorial, aunque afirme lamentar cínicamente “todos los juicios injustos de la historia”, incluido “el de Lorca”. Curiosamente este último ni siquiera fue juzgado. Fue asesinado vilmente en las afueras de Granada tras ser detenido por la Guardia Civil.
No hace falta recordar que el simulacro de juicio al autor de El rayo que no cesa careció de cualquier rigor jurídico, “sin permitir al poeta defenderse de las acusaciones fabricadas por motivos ideológicos”, como dice la moción. Y aunque su memoria cultural esté ampliamente redimida, no estaría de más que la jurídica también quedara libre de las falsas e injustas patrañas con que lo persiguieron.
Un sangriento río revuelto
Que Israel siga violando sistemática y contumazmente el derecho internacional humanitario, con sus bombardeos indiscriminados y sus matanzas persistentes, sin que la comunidad internacional reaccione ante tanta barbarie -como sí reaccionó ante la matanza de Hamás del 7 de octubre-, es una dejación de funciones, una banalización del mal, que está poniendo al mundo al pie de los caballos. Ni siquiera los países árabes, por razones políticas y económicas mezquinas, han dicho está boca es mía, lo cual indica el grado de perversión que está alcanzando la política internacional.
El caso es que frente a esta pasividad generalizada -España, aunque tímidamente, ha sido una excepción- Netanyahu y su gobierno ultraortodoxo de extrema derecha están consiguiendo lo que querían. Diluir, en esta guerra ya abierta con la invasión del sur del Líbano y el enfrentamiento directo con Irán, la cuestión palestina en una confrontación regional. En un río revuelto sangriento con las ganancias que ya conocemos: la “justificación” e imposición por la vía de la guerra de la anexión definitiva de los territorios palestinos: Gaza y la actual Cisjordania. ¿Es eso lo que sus partidarios entienden por “legítima defensa”?
Cambia pues el foco de las operaciones. Se traslada ahora hacia el país de los cedros y tierras persas, sin dejar Israel por ello de seguir arrasando lo que queda de Gaza y empezando a bombardear Cisjordania. Un plan diabólico para que en este maremágnum la justa causa palestina acabe convirtiéndose en un mero problema colateral.
Pobre pueblo palestino y pobre comunidad internacional, por distintas razones, claro está.