Amancio Ortega y la Sanidad

La Fundación de Amancio Ortega ha decidido esta semana donar 320 millones de euros a la Sanidad Pública para combatir el cáncer. De éstos, a Murcia le corresponderán casi 12 millones y el Hospital de Cieza también se vería beneficiado en su servicio de Oncología. Vaya por delante que me parece bien que se aporte dinero para la cura de enfermedades, faltaría más. Pero a partir de aquí, la situación y el trasfondo requieren un análisis.

Las asociaciones de la Defensa de la Sanidad consideran que hay que rechazar la donación y alegan que la Sanidad Pública, la de todos, no debe mantenerse de «limosnas» mientras se producen importantes recortes en esa área desde el gobierno. No creo que sea necesario rechazarlo sino más bien aceptarlo. Los recursos destinados a la salud siempre son necesarios. Sin embargo, la aceptación de este capital también debe sonrojarnos, más bien sonrojar a los políticos que hacen los presupuestos y a quienes se los aprueban. Puesto que, aunque de manera ínfima (350 kilos no es nada despreciable pero sin fraudes y recovecos legales sería muy superior), esta es una oportunidad de que las grandes fortunas reviertan a la sociedad aquello que les negó, que les estafó.

Si partimos de la premisa del bien social y común, evidentemente, hay que aceptar la donación. Máxime si estamos hablando de una de las enfermedades más mortíferas que existen. Además, sería propicio que se siguiera en esa dirección y que Florentino Pérez, por ejemplo, imitase sus pasos y que de esta manera recibiera la sociedad lo que por otro lado les niegan con sus ingenierías fiscales. El objetivo final es la mejora de los equipos de oncología y de las líneas de investigación. Sin embargo, cuando menciono lo del sonrojo nacional me refiero a las líneas de actuaciones políticas, con nuestro beneplácito (la plebe siempre es la plebe y el ‘lumpen proletariado más de lo mismo). Porque se está potenciando la precarización y privatización de uno de los pilares del Estado de Bienestar como es la Sanidad (junto con la Educación y las Pensiones).

Amancio Ortega es, indudablemente, un avezado tiburón empresarial. Desde su pueblecito gallego ha llegado al top ten de las mayores fortunas de la revista Forbes, y, por supuesto, es un gran estratega y se conoce al dedillo todas las estragegias de Marketing habidas y por haber. No dudo que también posea algo de filantropía (y ojalá todos los multimillonarios hiciesen ese tipo de donaciones) pero estamos ante una campaña publicitaria encubierta. Al igual que cuando donó 50 millones a Unicef. Le sale más rentable que pagar sus impuestos, proporcionalmente, como el resto de los mortales. Y también me gustaría que tuviera esa filantropía con sus trabajadores (y niños semiesclavos) asiáticos. Han ardido fábricas (que elaboran sus prendas junto con las de otras grandes marcas) con el consiguiente elevado número de muertos al trabajar en condiciones lamentables y por salarios ridículos. O si de verdad le interesan sus conciudadanos puede instalar sus fábricas de producción en España y no en el Sureste Asiático. Con una fortuna valorada en 80.000 millones de euros, quizás pueda permitirse el descenso de su millonarios beneficios debido al incremento en costes salariales. Al César lo que es del César, para lo bueno y para lo malo. De todas formas, no nos engañemos. La culpa no es exclusivamente suya sino del gobierno que permite que las empresas del IBEX 35 tributen una cantidad irrisoria, proporcionalmente hablando, con respecto a lo que deben tributar las PYMES, autónomos y trabajadores por cuenta ajena. Los expertos estiman que con medidas más proporcionales y evitando el fraude fiscal se podrían recaudar 90.000 millones de euros, que son muchos Potosíes y muchas mejoras científicas y hospitalarias.

Esta donación debería servir para que, tanto ciudadanos como políticos, reflexionemos y nos planteemos que modelo de Estado queremos para nosotros y para nuestros hijos. Si deseamos un modelo neoliberal tendente a la privatización de los servicios elementales y la precarización de lo público o, por el contrario, uno que potencie el Estado del Bienestar con la gratuidad, universidalidad y eficencia de los servicios públicos. Tomando medidas fiscales correctoras sería posible, a pesar de quienes defienden su insostenibilidad.

Por tanto, sí; claro que hay que coger los doblones. Por supuesto. Pero la cúspide política debería de tomar nota y potenciar nuestra Sanidad, nuestro Estado del Bienestar, y no permitir exenciones fiscales a los más poderosos. Simplemente, aplicar el principio redistributivo de contribución estatal. Entonces no serían necesarios los recortes. Es preferible una eficiente Sanidad Pública, con sus recursos, antes que una Beneficencia. Aunque eso es otro cantar, y no precisamente el de ‘El Mío Cid’ porque no lo consideran una gesta política sino social y humana. Y, eso, por desgracia, carece de valor político.

 

 

 

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