A grito de maricón, según María Bernal

A grito de maricón

Agosto de 1936. García Lorca, el eterno poeta y dramaturgo, lleno de poesía hasta las entrañas, es asesinado a grito de maricón, como mártir republicano y símbolo fehaciente de la nauseabunda represión franquista. El contexto es categóricamente violento, sistemáticamente asfixiante, porque el machismo, el autoritarismo, la tortura, la homofobia y la opresión de los miserables que asesinaban por ideas ideológicas diferentes, era una lacra indestructible. El contexto de Lorca estuvo marcado por las atrocidades que se cometieron en masa; dicen los estudios que pudieron morir aproximadamente unas 500.000 personas: murieron los sentimientos, los sueños, el deseo de libertad y de progresar y la cultura española más patriótica por sus aspiraciones humanas que por la sangre derramada cuya olor a putrefacto parece que todavía llega hasta estos días.

El propio Lorca auguró su muerte en más de uno de sus tesoros, sus poemas tan melodiosos y profundos. En algunos de ellos parece que vaticinó, hilvanando entre versos de una incontenible emoción, su infortunio, “…bajo el cri cri de las margaritas, / comprendí que me habían asesinado…”, una premonición basada en la conciencia de la flaqueza de la vida y de la ineludible llegada de la muerte.

Le dispararon por rojo y al grito de maricón, por mucho que se empeñen en demostrar que no; es más, lo mataron y le dieron dos disparos en el culo por maricón, así fue aireándolo Juan Luis Trescastro, uno de los doce cobardes y degenerados facciosos, que había presumido de tal descabellada acción.

Julio de 2021. Samuel Luiz, un joven español es asesinado a grito de maricón en la puerta de una discoteca en La Coruña por una brutal paliza recibida por doce cobardes de mierda que decidieron, como gorilas detestables, no dispararle, como a Lorca, pero sí desatar toda su furia contra el pobre Samuel. Como ratas de cloaca, se alimentaron de todos los golpes mortales que le propiciaron al desdichado Samuel, que ante la manada de perros asquerosos no pudo defenderse a pesar de los gritos de clemencia que su pobre amiga bramaba ante el dolor de comprobar cómo su amigo, con el que estaba disfrutando de una noche de fiesta, iba perdiendo la vida.

Dos casos de homosexualidad, Samuel disfrutaba de manera natural, como tiene que ser, y sin tapujos de sus sentimientos, ¿hay algo más sublime que expresar sin miedo el amor hacia la persona a la que amas? Dos asesinatos a manos de doce despojos de la sociedad, a la mierda la presunción de inocencia cuando hay una evidencia irrevocable de lo que sucedió; un odio latente en palabras de fuego y en golpes descomunales, cuchillos de ala afilada y homicida que sin piedad alguna aniquilaron a un joven de veinticuatro escasos años.

85 años de distancia entre dos crímenes. ¿Diferentes? Sí, por la época, pero próximos por la mentalidad retrógrada que todavía se respira en un siglo al que cierto sector de la sociedad, cromañones de manual, no deja progresar. Todavía hay una apología sin fundamento sobre ecos franquistas y que atenta contra la memoria de todos los caídos por querer respirar aires de libertad. Mujeres y hombres reivindican ahora esto como una necesidad, olvidando, por un lado, el abominable patriarcado, causante a día de hoy de los casos de violencia de género, y por otro lado, la vejación, clausura y silencio con los que se presionaba a las mujeres cuando comenzaba el día.

Y hoy, tiempo de justicia y de libertad por el que tanto se luchó y se prosperó, todavía se le tiene miedo a la homosexualidad, porque dicen los cobardes e incultos que es una enfermedad contagiosa. Pues quizá tendríamos que contagiarnos más de este tipo de enfermedades, cuyos únicos síntomas saludables son el amor entre personas y la felicidad. Decía García Lorca que todo amor ha de ser desinteresado e incorruptible y que todas las personas deberían experimentar el amor absoluto, ese que no se rinde ni se acobarda y que llega hasta el final, superando trabas, debido a que amar no entiende de condiciones, sino de sentimientos; allá que cada cual quiera compartir su almohada con quien le dé la gana, sin presión, sin estereotipos, ignorando con intelecto a todo aquel infame que insulte a grito de maricón y castigando sin piedad a los malvados que asesinan.

A Lorca no se le pudo hacer justicia porque la carroña que lo asesinó lo ocultó sin dejar rastro. A Samuel sí se le ha hecho justicia, pero de la más barata, la que te impone unos años que luego serán rebajados por los mil condicionantes que se les otorgan a los asesinos en este país. No hay derecho a que las víctimas no vuelvan y los verdugos sí, porque los Derechos Humanos son para las personas vulnerables y no para los que a sangre fría acaban con la existencia de todo aquel que no piensa como ellos.