6 de diciembre. Nada que celebrar, por José Antonio Vergara Parra

6 de diciembre. Nada que celebrar

Dicen que un pesimista es sólo un realista bien informado. Pues no lo sé. Este aserto, como todos, aun construido desde el ingenio, no puede abarcar una realidad casuística y circunstancialmente compleja. Tampoco sé si este artículo verá la luz antes o después de la efeméride constitucional. No importa pues una reflexión sobre nuestra Ley de Leyes siempre viene a cuento. O eso creo.

En lo que lleva de Presidenta del Congreso de los Diputados, la señora Batet ha pavoneado su inaceptable sectarismo ideológico, prostituyendo la imparcialidad que le es exigible. Cuando un siniestro, aún en su ignorancia, llama fascista a un diputado de Vox, Meritxell acepta pulpo como animal de compañía mas cuando el apelado, en legítima defensa, tilda de pérfido bolchevique al apelante, Meritxell dice que es caca y manda borrarlo del diario de sesiones. Dios Mediante, en el afrancesado Salle de Pas Perdus, la susodicha nos contará la monserga de siempre para no decir nada en realidad. Pues no sólo los pasos se pierden; también las palabras.

El título de este artículo es toda una declaración de intenciones pues, en efecto, intentaré explicar por qué no existen motivos para jubileos excesivos. Un par de apuntes para profanos. La Constitución del setenta y ocho, en tanto norma superior de nuestro ordenamiento jurídico, regula o bosqueja los derechos y obligaciones de los ciudadanos, las principales instituciones unipersonales y colegiadas del Estado, los principios rectores de nuestra convivencia y, por descontado, la forma y modo de su propia modificación. Me saltaré la retahíla de obviedades y aparentes certezas con las que, cada seis de diciembre, nos regalamos el oído para regocijo de nuestra candorosa autocomplacencia.

El 22 de julio de 1969, es decir, dos días después de que Neil Armstrong pisase la Luna, las Cortes de atrezzo del Chache Paco designaron como su sucesor al príncipe Juan Carlos. Le tocaba a su padre, Don Juan, pero en El Pardo se lo jugaron a los chinos y perdió. No acabaría ahí su mala fortuna pues, a pesar de la querencia catalana por la Casa de Austria, le nombran Conde de Barcelona. Malicia innecesaria pues de haber detentado, por ejemplo, el Condado de Matalascañas, El Giralda habría sido amarrado en el Puerto de Huelva.

Sarcasmos aparte, lo cierto es que los padres constituyentes nos metieron con calzador la monarquía parlamentaria. Se comprenden los recelos ante una república pues la segunda fue cualquier cosa menos una democracia. Bien sabemos lo de muchos cafres; que no distinguen los artículos indeterminados, que implican usufructo, de los determinados o posesivos, con evidentes intenciones dominicales.  Pero también hubo calamitosas monarquías absolutistas y descafeinadas que, sin embargo, no pesaron en el ánimo del constituyente. Y debieron pesar pues, cuarenta tres y años después, el preferiti, por sus golferías, anda por el Golfo Pérsico. Aunque sospecho que, como al yernazo, nada faltará al señor. Esotro que anda de ostracismo pero bien lejos de la Cañada Real o del Puente de Vallecas. Of course.

España conoció las desventuras y andanzas del yernazo por el que, otrora, suspiraron madres de media España. El amor, que casi todo lo puede, hizo posible lo advertido por el hidalgo de rocín flacopues el cayado y el cetro acabaron unidos.

Lo de contigo pan y cebolla es para menesterosos o los muy enamorados, porque el cariño alimenta que es una barbaridad, y calienta cuando la estufa anda diezmada de leños. De modo que los bienpagados y muy flexibles quehaceres de los duques debieron parecerles escasos para lo que, por consanguineidad y afinidad reales, merecían vuesas mercedes.  Un buen puñado de posibles que, junto a la paguita dominical de la Real Casa, les daba para ir tirando pero nada más.

Bastaba que el duque usase el nombre del suegro en vano para que aviesos cortesanos abriesen cancelas y alcancías públicas de par en par. Porque si mal está pedir lo inmerecido, peor dadivar con lo ajeno. Reunida la suficiente plata, los muy nobles tuvieron, por fin, su amurallada fortaleza por Pedralbes, donde moran hidalguías y señoríos. En la lontananza la chusma que, con entre diezmos y derramas, sufragara parte de la alcazaba condal.

Hete ahí que por la honra de un vasallo togado y la evidencia más palmaria dióse al traste con las andanzas nada caballerescas y sí pícaras del insular duque. No parece que el hidalgo buscare honra para sí y su república mas, como Guzmán de Alfarachesí gustó por lo presente sin mirar el daño venidero. Ya lo se advirtió el invidente al Lazarillo, al de Tormes¿Sabes en qué veo que las comiste de tres en tres? En que yo comía de dos a dos y callabas.

Esto no es nada. Procuren aguantar la risa ante algunas de las solemnes declaraciones de la Constitución:

“La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. (Murcia, que fue reino, o Al-Ándalus son modestas autonomías pero Cataluña, que sólo fue parte de Aragón, debe ser una de esas nacionalidades a las que muy torpemente aludió el padre constituyente. ¿Indisoluble unidad,…..patria indivisible? Amos, no me jodas)

El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.” (salvo que el Estado mire para otro lado mientras en ciertas autonosuyas se persigue el uso del castellano)

“Los españoles son iguales ante la ley,…..” (pero unos serán más iguales que los otros)

“Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes. Queda abolida la pena de muerte, salvo lo que puedan disponer las leyes penales militares para tiempos de guerra” (No obstante, el Estado se pondrá de perfil si el sentenciado a muerte es el nasciturus pues ojos que no ven, corazón que no siente)

“El domicilio es inviolable” (salvo que te lo okupen, en cuyo caso te jodes)

“Todos tienen el derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza” (para el que pueda pagársela, naturalmente)

“Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” (se refiere a las convicciones del Estado)

“Los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España” (aunque te llamen facha)

“Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad” (El reglamento del Congreso garantizará, como mayor celo si cabe, las pensiones de sus señorías aunque en sus vidas hayan dado palo al agua)

“La Corona de España es hereditaria” (como los gases, pero libres de impuestos)

“Al Rey corresponde manifestar el consentimiento del Estado para obligarse internacionalmente por medio de tratados, de conformidad con la Constitución y las leyes” (y mediar entre acuerdos comerciales previo cobro de su corretaje)

“El Rey recibe de los Presupuestos del Estado una cantidad global para el sostenimiento de su Familia y Casa, y distribuye libremente la misma” (pero si le parece escasa, podrá cursar lucrativas actividades extra escolares)

“El Senado es la Cámara de representación territorial” (en realidad es un costoso y prescindible cementerio de elefantes que, para platicar y hacer como que trabajan, echan mano de la traducción simultánea)

Ésta es buena:

“La justicia emana del pueblo (es decir, de la conchabanza interesada del Gobierno de turno) y se administra en nombre del Rey (que es inviolable) por Jueces y Magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley” (y a los intereses partiditas de quienes les sentaron en tan mullidos sillones)

“El Fiscal General del Estado será nombrado por el Rey, a propuesta del Gobierno, oído el Consejo General del Poder Judicial” (entiéndase por interés público y la legalidad, la conveniencia política del gobierno de turno, que para eso le nombra)

Podría seguir pero es suficiente. He callado lo bueno, que lo hay, y que todos repetimos año tras año. Pero tras algo de más de cuatro décadas de democracia, el bagaje es manifiestamente deprimente. La Constitución Española tiene enemigos confesos y también furtivos. Me preocupan infinitamente más estos últimos porque para ellos el Imperio de la Ley, la Democracia o la Justicia, lejos de ser fines en sí mismos, son señuelos para conseguir las piezas más grandes.

Por creer en ella y en su espíritu, por amar la libertad y la democracia, por querer un Estado de Derecho y no meramente con Derecho, por creer a pié juntillas en la separación de poderes, por amar el juego limpio y detestar las trampas; por estas y otras razones de peso,  hemos de hacer una reflexión sincera y abandonar ese estado de deleite y complacencia injustificados.

No sólo es un problema político, que también. Ante todo es una cuestión moral y cultural. Los políticos no son seres de otro mundo; son  huevos de una gallina muy enferma.

 

 

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